jueves, 31 de julio de 2008

Mi terremoto

Pues ya llegó mi terremoto personal... Está más alto y un poquito más gordito (es muy delgado), y, sobre todo, muy moreno. Se lo ha pasado en grande con su padre y su familia, y viene un poquillo asilvestrado, ya que el padre le consiente algunas cosas de más. Sobre todo se le nota en que vuelve más desafiante, así que ahora me toca reconducirlo de nuevo... pero es lo de todos los veranos, así que ya estoy acostumbrándome.
La casa parece que le ha gustado, me ha preguntado varias veces que cuándo nos iremos allí a vivir, así que ya estoy tranquila. Hasta que no lo ví dentro de la casa nueva no sabía cuál iba a ser su reacción, y aún así, no quiero tirar las campanas al vuelo hasta que no durmamos allí algunas noches, porque estoy segura de que va a echar de menos a sus abuelos.
Si todo va bien, creo que este fin de semana la podré tener terminada y lista para irnos, aunque nos queden algunas cosillas por llevar.
... Todo marcha por sus pasos, adelante, adelante.

martes, 29 de julio de 2008

Estoy impaciente

Si, si... muy impaciente. En doce horas volverá mi enano y estoy deseando que llegue ya. Lleva con su padre de vacaciones desde el 23 de junio, y aunque estoy muy tranquila cuando está con él, con quien se lo pasa pipa, la verdad es que este año se me ha hecho demasiado largo.

Posiblemente será por la acumulación de objetivos, plazos y fechas que me he fijado para el mes de julio, que parece que no se va a acabar nunca. No lo sé, lo que sé es que la casa la tengo ya muy avanzada, aunque no tanto como para poder mudarnos mañana mismo; lo suficiente como para poder enseñársela.

Y tengo tantas ganas de estar con él, que este viernes había quedado con una amiga para ir a una disco con terraza de verano; lo habíamos hablado hace ya dos semanas, pero esta mañana le he enviado un correo para decirle que prefiero no salir... lo que más me apetece es estar con él y que me cuente sus aventuras del verano. Por ejemplo, que me hable de esa novia que dice que ha encontrado: dice que "se llama Amanda y que no tiene piojos" ¡Ese es mi niño!... Me temo que una de las primeras cosas que tendré que hacer es una buena inspección capilar :-)

Así que... hoy estoy contenta e impaciente.

miércoles, 23 de julio de 2008

Nacha Guevara, Te quiero, Mario Benedetti

No encontré la versión recitada por Mario Benedetti de este poema, pero en su lugar, dejo a Nacha Guervara, quien lo ha interpretado como nadie, en mi opinión.

Dedicado a mi amiga K., que está intentando recuperar su centro, para recordarle lo que significa querer a alguien.

Te quiero

Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.

Tu boca que es tuya y mía,
Tu boca no se equivoca;
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía.

Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.

Y porque amor no es aurora,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.

Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.

Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Hoy, de bajón

Pues ya tengo mi casa, las llaves sólo, porque ahora mismo la deben estar pintando... y debería estar contenta, pero lo cierto es que no. Sé que se me pasará, pero ahora mismo estoy triste, nerviosa y asustada... El padre de mi hijo me dice que me está echando mucho de menos y que está deseando volver y ver la casa nueva; eso me pone triste y me asusta, porque temo que no le guste... quiero tenerla un poco decente para el día 30, que ya vuelve y no sé si me va a dar tiempo.

Ahora es cuando me dan ganas de dar marcha atrás, pero no quiero decirlo en voz muy alta, porque sé que me van a decir que yo solita me he metido en este lío, o que no pasa nada, que ya lo sé... pero a alguien se lo tengo que decir, así que lo escribo aquí...

Son mis bajoncillos... se me pasará, lo sé. Pero ahora mismo estoy asustada.

lunes, 21 de julio de 2008

Todos, a veces, hacemos tonterías

Es cierto. Todos y cada uno de nosotros tenemos, en nuestra memoria, algún recuerdo de algo que hicimos que, a toro pasado, nos parece una equivocación o, incluso, una tontería. En esas situaciones tenemos dos opciones: obcecarnos en seguir el camino que iniciamos, porque la decisión la tomamos en su día y hay que continuarla hasta el final. O asumir que fue un error y salir del camino, intentar reconducir nuestros pasos al punto al que estábamos o, si no es posible, apartarnos, por lo menos, del sendero equivocado y buscar uno nuevo.

Ni que decir tiene que soy siempre partidaria de lo segundo, por supuesto, pero aprendiendo a no colocarnos en la situación que nos llevó a adoptar aquella decisión equivocada. Si no se hace así, terminaremos de seguro en el mismo punto.

Esta generalidad que estoy diciendo es particularmente aplicable en mi trabajo cuando el pleito versa sobre relaciones personales, es decir, muy a menundo. Porque ya sea un divorcio o una discusión entre socios de una mercantil, son muchos los casos en los que la subjetividad del cliente impera y domina el problema, e impide que las personas sean capaces de ver más allá de los siguientes cinco minutos de su vida, ni más atrás de los últimos cinco minutos vividos. Así, se toman muchas decisiones que, con el paso del tiempo, es muy difícil sostener porque el propio cliente pasa a considerarlas "una tontería", descolgándose con frases del tipo... "no tenía que haberle dicho tal cosa", o quizá, "si en aquel momento hubiera esperado un poco a tranquilizarme..."

Lo que está claro es que si uno descubre que su mujer le engaña, o que su socio le roba, lo más probable es que la decisión sea romper esa relación. En estos casos, no se presenta ninguna dificultad, salvo determinar la forma de hacerlo para encontrar aquella que suponga el menor desgaste emocional de los implicados. Por ello, un abogado siempre intentará una solución negociada antes de ir a juicio. O incluso puede recomendar una negociación sin intervención de abogados inicialmente, ya que cuando las togas entran por medio todo el mundo se repliega a la trinchera y puede dar comienzo la guerra sin fase de negociación.

Pero a veces, las relaciones entre las personas no tienen un punto tan claro de inflexión, sino que el deterioro es más difuso y no se sabe bien a qué motivo imputarlo. Si un matrimonio se distancia, y ninguno de ellos es feliz, o si dos socios ya no trabajan con el mismo entusiasmo en el proyecto común que les unió, suele suceder que uno de ellos (normalmente quien se siente más fuerte para "rehacer" -qué poco me gusta ese término, pero esa es otra historia- su vida o su negocio) toma la decisión de romper la baraja.

Y suele pasar muchas veces que esa persona, en realidad, ha tomado la decision de resolver la situación, pero sólo se le ha ocurrido la vía de disolverla, no de buscar el origen del problema y tratarlo. Y es en este tipo de asuntos en los que me he encontrado, precisamente, con que la gente, tiempo pasado se descuelga con un... "ya no estoy seguro", "quizá no fue la decisión correcta, quizá tenía que haber buscado un camino". Muchas veces, incluso, las personas llegan a la reconciliación conyugal o societaria.

Desde el punto de vista profesional, en mi opinión es un fracaso no detectar bien cuál es la causa del problema y si el mismo es o no irreversible. De momento, porque te puede llevar a hacer un trabajo que luego resulte ser innecesario; pero además, porque si el perfil del cliente es de los que, a pesar de reconocer que se equivocó, insiste en sostenella y no emendalla, en realidad no consigues resolver un problema, sino ayudar a que el mismo crezca sin motivo.

Cuando ello sucede en el ámbito de una sociedad mercantil pequeña, de dos o tres socios (que muchas veces funcionan como los matrimonios, sobre todo con las pymes), la lástima es que se puede dar al traste con un medio de vida que venía siendo adecuado para los implicados. Y solo haría falta que estos tomen un poco de distancia para poder evaluar friamente la situación.

Pero cuando se trata de un matrimonio, se está jugando con sentimientos mucho más fuertes; quizá por ello el número de reconciliaciones conyugales es mayor que el de reconcialiaciones societarias. Si bien, siempre es necesario que pase un tiempo para que las personas puedan valorar bien la decisión tomada en su día, y desvestirla de todo el maremagnum emocional que una ruptura nos supone. En el caso de que haya hijos en el matrimonio podemos llegar a una decisión dramática para personas que no tienen el más mínimo poder de decisión, por lo que hay que ser especialmente cautelosos.
Por eso, siempre que entra una pareja a mi despacho para divorciarse, indago especialmente sobre la firmeza de su decisión. Y si hay hijos, intento siempre recomendar una mediación especializada por un profesional. Si detecto un perfil de los "yo-no-reviso-mis-decisiones", intento un acercamiento individual, para conocer mejor los motivos de la irreversibilidad de la decisión, que a veces son futiles, como puede ser un orgullo mal entendido o la inseguridad de no obtener una respuesta afín del otro lado. Y no es que intente yo reconciliar a las personas, que me libro mucho de meterme en las decisiones de nadie; únicamente les recuerdo de forma periodica hasta el momento de la sentencia, o incluso después, que en esta vida nada hay irreversible, salvo la muerte. Y que hay que hacer todo lo posible para ser lo más feliz que uno pueda
Extrapolando esta experiencia al terreno personal, por mi parte, intento revisar las decisiones que tomo... en realidad, intento no apresurarme a tomarlas... y una vez tomadas, las suelo revisar con el tiempo, ya más friamente, para determinar si fue acertada o no. Ello me permite ser firme en mis decisiones cuando, pasado el tiempo necesario, se confirman en esa revisión. Pero no se me caen los anillos por decir "me equivoqué, fue una tontería", si así lo pienso... y en este caso, hago todo lo que esté en mi mano para volver atrás...
Al fin y al cabo todos, a veces, hacemos tonterías ¿no?

jueves, 17 de julio de 2008

Testimonios

Ayer empecé a leer un libro que me regaló un amigo, "Testimonios de madres con hijos hiperactivos". Creo que no había querido empezar antes porque sabía lo que me iba a pasar, pero pronto llegará mi retoño de sus vacaciones con su padre (se lo está pasando fenomenal) y creo que me gustará haber leido parte por lo menos cuando vuelva, porque este año tengo que llevarle a valorar por si tuviera, como sospechan sus terapeutas, un déficit de atención o hiperactividad.
Lo cierto es que me da una pereza emocional terrible, porque los dos últimos años han sido muy tranquilos en cuanto a su evolución: todo el mundo estaba encantado y maravillado de que, tal y como nació, fuera tan bien. Pero este año, que ya tocaba empezar a leer y a escribir, y también a sumar, ha empezado a dar la cara un riesgo que ya me habían anunciado desde un principio. Volver de nuevo a sentir el peso de la preocupación es lo que me da pereza... es tan cansado.
Es cierto que ahora tengo mucho apoyo, cosa que no me sucedió cuando nació mi hijo, porque vivía a cuatrocientos kilómetros de mi familia. Y este amigo que me regaló el libro es también una gran ayuda, porque siempre se le ocurren estrategias nuevas para sugerirme; otras personas, no las juzgo pero no ayuda nada, en lugar de ello me miran como pensando que soy una histérica y me dicen "tu hijo está genial, hija... no te preocupes tanto, que es un cielo".
Sé que es un cielo (es mi hijo, qué voy a decir), es muy cariñoso y al mirarlo, se le ve muy feliz, que es lo que más me importa. En realidad, cuando me dijeron que quizá el niño no podría caminar, quizá no oyera, y posiblemente se quedara ciego, mi angustia venía porque no sabía cómo podía yo conseguir que fuera feliz.
Y eso es lo que me lleva al libro que me estoy leyendo. Son testimonios contados en primera persona por madres de niños diagnosticados como hiperactivos; cada historia es distinta porque cada caso es diferente. Y la primera historia la cuenta una madre de un niño que siempre fue muy "movido", muy inteligente, pero que no paraba quieto. No tenía problemas con las notas, porque su cociente rozaba de cerca la superdotación, pero no encajaba con sus compañeros, profesores o sus propias hermanas. Vivía aislado y se sentia infeliz. Quería morirse y se lo decía a su madre. Tardaron en diagnosticarlo mucho tiempo, por el desconocimento que había de este síndrome, y su madre cuenta que en una ocasión incluso le encontraron en la cocina con un cuchillo diciendo que se quería morir. En otra ocasión, estando en la cama acostado, le decía a su madre que le encantaba estar así porque se sentía como si estuviera muerto, que quería morirse porque no podía seguir viviendo así. Le habían estado tratando por ansiedad y algo había mejorado, pero no salía de su aislamiento.
Finalmente, dieron con un gabiente que le diagnostió hiperactividad con actitud desafiante (creo) y comenzaron el tratamiento. Y cambió su vida; ahora, es un chico que está integrado, es feliz y conoce y acepta la hiperactividad... incluso dice que no sabe si tratarla como a una amiga o como una enemiga.
No puedo ni imaginarme el sufrimiento de esa madre, oyendo decir a su hijo desde muy pequeño que no quería vivir... A punto estuvo de tirar la toalla muchas veces, pero no lo hizo. Ahora, su hijo le dice que menos mal que estuvo allí, que si no, qué hubiera sido de él.
Eso es lo que yo llamo un problema... lo demás, son meras incidencias de la vida.

lunes, 14 de julio de 2008

... Como un parque de atracciones

Desde luego, la vida es como un parque de atracciones. Si vas por la calle, o a una oficina, un bar o cualquier lugar concurrido, y observas un poco a tu alrededor, ves de todo.

Hoy tuve que ir a una comisaría con un cliente porque su esposa, de la que está legalmente separado, le ha denunciado por no pagar su parte de la hipoteca... hay que decir que esta señora ocupa la que fue vivienda familiar, con un compromiso mutuo de venderla cuanto antes para que mi cliente, que le pasa una pensión compensatoria que ya quisiera yo, pueda vivir en algún lugar que no sea de prestado... pero como al pacto no se le puso fecha límite ¡ah, se siente! Ahora, que ya no tiene quien le preste un sitio para vivir no puede hacer frente a todos los gastos, y la esposa, en lugar de pagar la hipoteca con el dinero común que aún hay en las cuentas (y que mi cliente no puede tocar so pena de ser denunciado por ello también), opta por... llevarlo a comisaría. Eso es lo que yo llamo machacar al personal.

Cuando he vuelto de la comisaría, he pasado por una cervecería cercana a tomarme un café y comprar unos bocatas para las compis de la oficina... Eran ya las tres de la tarde y el sol caía a plano. Ha entrado un señor mayor (bien vestido, pelo canoso y buena apariencia) y, con el mismo ademán urgente con el que uno pregunta "¿dónde está el aseo, por favor?", ha pedido un vino blanco frío. En el tiempo que yo apuraba el café y pagaba los bocatas, se lo ha jalado enteretico y ha salido delante mía. Entonces he visto que iba hacia su coche, que tenía allí aparcado, y del que se habia apeado a tal velocidad que se había dejado una ventanilla trasera totalmente abierta... Y he pensado: ¡vivan los controles de alcoholemia!... pena que no los pongan un lunes a las tres de la tarde...

Y al entrar al portal de la oficina me he dado casi de bruces con una niña, nieta de unos vecinos del edificio, que debe tener unos seis años. Sin cortarse ni un segundo me ha espetado: "Y tú ¿a qué número de piso vas?"... Yo le he respondido... "al primero". "Jo, qué morrazo", me responde "sólo tienes que subir una escalera"... "¿y tú, a qué piso vas?", le pregunto. "Yo, al seis", me dice... "¡Jo, qué morrazo! Tan alto como los pájaros", le digo... Y se quedó pensando... ¿qué será mejor, subir pocas escaleras o vivir tan alto como los pájaros". Habiendo ascensor en el edificio, yo lo tengo claro.

Está claro que la vida es como un parque de atracciones: te puedes subir a la casa del terror, a la montaña rusa o al tio vivo.

domingo, 13 de julio de 2008

Luna llena

Dice la Wikipedia que "el plenilunio o luna llena es una fase lunar que sucede cuando nuestro planeta se encuentra situado exactamente entre el Sol y la Luna. En este momento el ángulo de elongación o de fase de nuestro satélite es de 0º y la iluminación es del 100.00. El hemisferio visible de la Luna alcanza su mayor iluminación, no siendo posible distinguir con detalle los accidentes de su superficie debido a la ausencia de sombras, aunque es el momento ideal para la observación de los rayos de algún cráter radiado. Esta fase sucede a los 14 días aproximadamente del novilunio. En este momento la Luna alcanza una magnitud aparente de -12,55."

Según parece, cada luna llena recibe un nombre según el mes en que se produce, y que varía en cada cultura. En España, la luna llena de julio se llama "luna del heno", por ser el mes de julio el apropiado para secar el heno; los nativos americanos la llamaban "luna del ciervo", por ser la época de aparición de su nuevas cornamentas, y "luna de los truenos" por ser un mes propicio para las tormentas eléctricas.

A pesar de toda la mitología, leyendas y rituales que existen siempre en relación con la luna llena, la de julio no es especialmente prodiga en ellos. Buscando por internet he encontrado referencias a ceremonias de brujería y esotéricas, o a reuniones de grupos de filosofías orientales y excursiones de aficionados a la astrología, que en este mes, dadas las temperaturas veraniegas y que será viernes, convocan a un buen número de personas.


Sí he encontrado las referencias habituales a todos los plenilunios: posts sobre licantropía, consultas en los foros femeninos sobre la realidad de su incidencia en los partos. Y convocatorias de los aficionados a la astronomía para la observación, si bien éstos en menor grado, porque parece ser que la visibilidad de las peculiaridades lunares no es buena con la luna llena, porque la incidencia de la luz es demasiado perpendicular a su superficie y el relieve se aprecia bastante menos; por ello, parece que prefieren el final del mes de julio en que se producirá un perigeo de la luna.


Y, sobre todo, he encontrado muchísimas referencias a la influencia que la luna tiene en los cambios de estado de ánimo de la luna. Y tengo que reconocer (por eso he estado realizando esa pequeña búsqueda en internet), que aunque yo no soy creyente e intento ser poco supersticiosa, una de mis creencias que catalogo como irracionales tiene que ver con ello, precisamente.


Creo que ello se debe a la necesidad de todo ser humano de buscar explicaciones a su comportamiento, lo cual me ha llevado en muchas ocasiones en las que mi estado de ánimo no ha sido normal, a fijarme, entre otros datos, en cuál era la fase lunar. He llegado a la conclusión, que yo misma reconozco irracionale, de que cuando estoy triste o apagada sin motivo aparente suele haber luna nueva. Y que cuando estoy contenta sin razón o con la líbido por las nubes, miro al cielo y hay luna llena.


Sé que es absurdo. Posiblemente, si me hubiera dado por fijarme en el vuelo de las aves o en el color del cielo llegaría a otras conclusiones: quizá si la golondrina vuela en círculos es señal de que voy a estar triste, o si el cielo es azul significa que estaré alegre. Y aunque es cierto que los días nublados es más fácil que me duela la cabeza, y que los días soleados esté alegre, sé que ello tiene una explicación científica de la que carece mi creencia en las fases lunares.


Pero a estas alturas, poco me importa ya que sea una creencia supersticiosa la mía. Decidí asumirla, como otras que tengo (lo de que se derrame la sal en la mesa me pone muy nerviosa, por ejemplo) y he preferido dejar de andar siempre buscando por ahí un calendario lunar para comprobar si un dia determinado, en el que he tenido una reacción poco corriente en mí, ha sido luna llena, luna nueva o cuarto creciente o menguante. Por ello, me he puesto en el blog el estado de la luna, así cada vez que entro sé como anda el satélite de un solo vistazo.


Quedan ya pocos días para la próxima luna llena, a ver qué es lo que pasa esta vez.

martes, 8 de julio de 2008

El poder de la maledicencia

Hoy, hablando con mi madre acerca de un matrimonio que viene siendo amigo de la familia desde que yo recuerdo, hemos comentado acerca de la vida tan infeliz que llevan: tienen dinero suficiente para cubrir sus necesidades, cinco hijos sanos y bien posicionados, y salud para disfrutar de todo ello. Sin embargo, sus relaciones familiares están emponzoñadas desde siempre, y la pareja totalmente rota. Hubo un día en que esas dos personas se conocieron, se gustaron y decidieron casarse. Pero la maledicencia sembró la semilla de la desdicha.

Él provenía de una familia sin necesidades, y era hijo único, pero su padre estaba marcado por el régimen anterior; nunca supimos a ciencia cierta el motivo, porque era un hecho que se ocultaba o, por lo menos, no se hablaba abiertamente. Su madre fue, para compensar, una mujer muy emprendedora y trabajadora que sacó adelante a la familia, consiguiendo amasar un dinerito y criar a su hijo muy bien acostumbrado.

La familia de ella era, sin embargo, de origen muy humilde. Su madre fue también su fuerza motriz, pero su origen humilde, el hecho de que no llegara nunca a casarse con el padre de sus hijas, que éste desapareciera (dicen que murió, pero no es una información fiable) tras la guerra, y de que ella no fuera, como su consuegra, una avispada comerciante, hizo que la familia no prosperase tanto.

Ella era una chica muy guapa, con mucho éxito con los chicos, y que trabajaba como administrativa. Tenía varios pretendientes cuando conoció al que luego fue su marido, y en particular hubo uno del que ella siempre habla, que la rondaba seriamente.

Él era un tipo apuesto, bien parecido y, sobre todo, bien colocado socialmente; muchas lo buscaban como marido en una época en la que casarse resolvía el futuro de una mujer. Ella deseaba mejorar de posición, él quería una muñequita linda como la del bolero.

Y se hicieron novios. Corrían los años sesenta y su relación evolucionó hasta la proposición de matrimonio. Se organizó toda la boda para celebrarse en la ciudad de la novia, como manda la tradición. La familia de él se trasladó allí unos días antes para asistir a la ceremonia y al convite, todo ello muy bien preparado como correspondía al nivel de la familia de él, que no reparó en gastos para suplir la carencia económica de la familia de la novia.

Todo apuntaba bien... Pero dos días antes de la boda, un conocido del novio se acercó a éste y le puso en antecedentes acerca de la catadura moral de la madre de la novia. No es que lo supiera a ciencia cierta, pero era lo que se comentaba por la zona: al parecer, no es que el padre de la novia desapareciera tras la guerra, es que nunca fue conocido ni siquiera por su futura suegra.

Esta información fue recogida por el novio, que no dijo ni una palabra a nadie. Pasó por encima de todo ello y siguió adelante con el enlace. Es posible que no le importara, que amara a su novia por encima de todo. Es posible que pensara que, al fin y al cabo, su familia también tenía cosillas que esconder... O es posible que no se viera capaz, a dos días de la boda, de poner de manifiesto semejante barbaridad como motivo de una ruptura, porque ello equivaldría a decir que había estado siendo novio de una chica licenciosa... de tal palo tal astilla, vamos.

El enlace siguió adelante, pero nunca el matrimonio estuvo bien avenido. Ella no se sentía querida, él intentó por todos los medios aislar a su mujer de su familia; quizá algún día hablaron explícitamente de todo ello, y ella asumió que su marido tenía razón. No porque su madre fuera de moral dudosa, que ella sostiene que nunca fue así, sino porque la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo. Lo que sí es seguro es que ella permitió ese distanciamiento, quizá por conservar esa posición social recién adquirida y una vida mucho más cómoda, alejada del trabajo en una oficina y dedicada al cuidado de la casa y los hijos, como tenía que ser.

Después de casi cincuenta años de matrimonio, él vive en una casa y ella en otra. Ella le acusa de haberle arruinado la vida, de haberla humillado, ninguneado, ignorado y torturado psicológicamente. Y se acuerda de aquel pretendiente, entonces un chico de oficio simplemente, que ahora es un constructor adinerado; se pregunta si a su edad sería posible enamorarse de nuevo, si cabe para ella un nuevo comienzo.

Los hijos se han educado en el desprecio recíproco que sus padres se demostraron continuamente, no con palabras, con hechos. Piensan que su madre es una histérica, creen que su padre es un tirano. Pero un tirano con dinero, así que al final, se conchaban con éste para impedir que su madre se divorcie, chantajeándola emocionalmente, incluso amenazándola con un "si pides el divorcio, conmigo no cuentes para nada".

Ella, para intentar exorcisar sus demonios, ha empezado a contar toda la verdad de su matrimonio, que en mi familia sospechábamos hace mucho tiempo a pesar de los intentos vanos de ambos de aparentar lo que no eran: una pareja feliz y adecuada a las normas sociales. De vez en cuando tiene sus bajones, y le cuenta su desgracia a mi madre. Otras veces, viene a mí para que le prepare el divorcio. A mi madre le explica lo mal que la ha tratado siempre su marido, aunque ella siempre fue muy sufrida por aquello del qué dirán. A mí, como me ve sola con un hijo y, según ella, guapa y joven (siempre se agradece), me habla de su pretendiente y de lo mucho que ella lo quería, y de cómo se dejó deslumbrar por su marido, y de su médico que la mira mucho...

Pero últimamente parece que la cosa pasa a mayores, porque ha llegado al núcleo de la cuestión y origen de todos sus males: su marido jamás perdonó aquella información que recibió casi en el altar. Casi medio siglo después, todavía se escucha el eco de aquella voz venenosa que pronunció una sentencia fatal, y que debió ser algo así como... "no quisiera yo ser la causa de un problema, bien sabe Dios, a tan pocas horas de tu boda, pero creo que debes saberlo y es mi obligación como amigo tuyo el decírtelo aunque me pese: se dice que la madre de tu novia no es trigo limpio, y que no conoce al padre de tu novia, ni al padre de tu futura cuñada..."

¿Qué habría sido de la vida de estas personas sin ese "favor" de ultima hora? ¿qué ventajas obtuvo el autor de tamaña barbaridad, a parte de sentir el placer morboso de ser portador de malas noticias?

Es el poder de la maledicencia. Ojalá siempre podamos escapar de ella.

lunes, 7 de julio de 2008

Dos lustros de sanfermines

Nunca he ido a los sanfermines, y todos los años me digo a mí misma que un año iré. Soy fiel seguidora de los encierros y los veo en directo por televisión todos los días, salvo imposibilidad mayor. Los he visto cada año desde hace ya mucho tiempo y, este año, como siempre, ando ya pendiente de asegurarme que mañana lo puedo ver.

Hoy, viendo la televisión, una cadena daba la noticia del chupinazo de las fiestas destacando que sólo se habían suspendido en tres ocasiones: durante la Guerra Civil, en 1978 debido a altercados políticos, y el día 13 de julio de 1997 como señal de luto por la muerte de Miguel Ángel Blanco, que se había producido esa misma mañana.

Ese comentario me ha hecho recordar las circunstancias del asesinato de Miguel Angel Blanco, cuyo impacto en mí creo que no ha sido igualado por ninguna otra noticia. Y ello me ha llevado a pensar en todas las cosas que he vivido desde entonces y que Miguel Ángel, que sólo era un año menor que yo, se ha perdido. Y es que en once años una vida da para mucho:

En 1997, febrero, mi relación con S. (mi novio de toda la vida) terminó en la forma que ya he relatado en otro post, y por eso, en las fechas del secuestro de Miguel Angel, yo estaba ocupada recuperándome emocional y económicamente (aquella ruptura me llevó a la quiebra, pero eso es otra historia), y tuve que recurrir al apoyo incondicional de mi madre. Aquel año, marcó un antes y un después en mi vida.

Aquel año viajé al País Vasco por primera vez y descubrí, gracias a un amigo, que el sexo sin amor sí es posible y que también lo es la amistad con sexo, siempre que también haya seso suficiente en los interesados. También descubrí que todas las personas, incluso yo, que hasta entonces me había considerado muy arisca en las relaciones personales, necesitamos del contacto físico con otras para sentirnos bien.

Ese año conocí a F. que fue todo un descubrimiento para mí porque sufrí un auténtico flechazo, siendo absolutamente incapaz de controlar mis reacciones cuando él estaba cerca. Un auténtico subidón de felicidad, lo aseguro. Era cariñoso, atento, divertido, espontáneo… Me encantaba. Estuve con él siete años, si bien a lo largo de la relación descubrí que lo que me gustaba de él era lo que también generaba problemas, porque con el paso del tiempo, se demostró egocéntrico, infantil, desconsiderado, agresivo… Tuvimos una relación que yo calificaría de enfermiza por mi parte, con muchos altos y bajos, y con un hijo (mi niño) hasta que decidí que mi supervivencia personal requería terminar con aquello. Y creo que fue un acierto también para él, porque ahora está mucho más centrado y es capaz de llevar una vida más o menos normal.

Durante esos años, cambié de trabajo, pasando de ser una abogada individual por cuenta propia, a colaborar con un despacho bien establecido, en el que me sentía muy apreciada, pero en el que me dieron mucha caña para aprender. Trabajé muy duro y aprendí muchísimo sobre este oficio.
En este tiempo, nació mi hijo, del que ya he hablado en otro post. No creo que sea necesario extenderse sobre esto, porque todo el mundo puede comprender lo importante que es para cualquier mujer la maternidad, y el cambio que mi vida dio a partir de su nacimiento, máxime con las condiciones en que se produjo.

Al terminar con F. me vine a Madrid, a casa de mis padres, porque no tenía ni fuerzas ni dinero para seguir adelante sin ayuda. Y empecé en un despacho con muchos abogados, en el que estuve un año; y aunque estaba muy a gusto y había buen ambiente, decidí independizarme porque quería recuperar el control de mi futuro profesional, como siempre lo había tenido, así que me asocié con el actual despacho en el que trabajo.

Pasé dos años absolutamente dedicada a mi trabajo y a mi hijo, sin apenas salir, hasta que me sentí ya en condiciones de volver a divertirme y conocer gente nueva. Y así sucedió… Y he estado saliendo y entrando, trabajando y cuidando de mi hijo, disfrutando de una relación magnífica e, incluso, he viajado a China… Cuántas cosas en una década… llevo tres rupturas, voy camino de tres mudanzas, cuatro trabajos, un hijo...

Y, a punto de empezar los encierros de Pamplona, espero poder escribir dentro de diez años otro post similar a este, haciendo recuento de las cosas buenas y malas que pueden pasar en dos lustros de la vida de una persona común, y recordando que hay personas, como Miguel Angel, que no han tenido la misma suerte que yo para que no se me olvide que los momentos, por muy malos que sean, son parte de la vida que no queremos perder.

A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón,
nos guíe en este encierro, dándonos su bendición.

sábado, 5 de julio de 2008

Mis objetivos: tajo parejo y... a "olivica comía"

Así es como voy esta semana... "tajo parejo". Es una expresión que aprendí en Murcia, que se utiliza para decir que estás haciendo un trabajo sin prisa pero sin pausa. O como dice mi madre, "te pones y vas chin, chin, chin, chin..."

Pues yo voy avanzando con mis objetivos "tajo parejo": en el despacho, estoy "sacando papel", dándo trámite a muchos asuntos que se me quedaron un poco atascados con el viaje a China. Eso me produce mucha satisfacción ya que, al volver de las vacaciones que me tomé, me dí cuenta de que iba a estar enterrada entre expedientes un buen rato. Y voy sacándolo tajo parejo: ya vuelvo a ver el color de mi mesa.

Pero en cuanto a mi casa, he estado buscando y mirando por mi actual barrio. Todo está carísimo, pero he visto dos pisos que me gustan. Uno es nuevo, muy bien amueblado, pero un poco caro. El otro, está en una zona preciosa, llena de árboles, es muy tranquilo y bastante más barato, pero el piso es más feo y los muebles son viejos.

Me voy a decidir por el más económico, porque así estaré más tranquila con el control del gasto. Y para una fase 1 está bien; más adelante, veré si la fase 2 es irme a un piso más grande o si es contratar a alguien que me eche una mano con el niño y liberar así a mi madre por las tardes. Dependerá de cómo esté ella, porque últimamente anda un poco pocha de un pie.

El dueño me dice que los muebles los puedo tirar si quiero, así que creo que poco a poco los iré cambiando por otros que me gusten más. Pero ya ando dándole vueltas a la cabeza desde el viernes sobre cosas que me van a hacer falta, que creo que serán muchas: ropa de casa, menaje, electrodomésticos... Tendré que comprar un microondas, una batidora... Tengo equipo de música, plancha y planchero, con lo cual, ya puedo planchar bailando.

En fin... creo que ya tengo casa, aunque hasta que no firme el contrato no lo doy por cierto, no vaya a ser que surja alguna complicación.
Y en el terreno personal, voy también tajo parejo con mis objetivos, alcanzando cada día un poco más el punto en el que pueda decir otra expresión murciana: "a olivica comía, huesesico al suelo". Literalmente, traduciendo del murciano, significa que si te has comido una aceituna, lo único que te queda por hacer es tirar el hueso; esta expresión se utiliza para aceptar una solución como única posible y dar por zanjado un problema.

Estoy muy contenta e ilusionada, aunque un poco nerviosa y, a ratos, algo triste. Pero el tiempo pasa, los días van cayendo del calendario y mis objetivos están cada vez más cerca.

miércoles, 2 de julio de 2008

Postal del llanto

Cuando voy por la calle a hacer gestiones, o estoy en un aeropuerto o estación o simplemente en una terraza tomando una cerveza, me gusta mirar a la gente que pasa y suelo hacer suposiciones sobre quiénes son, de donde vienen, a dónde van y cómo serán sus vidas. La mayoría de la gente no comunica nada especial, sobre todo en una ciudad grande un día de trabajo, pero a veces te cruzas con personas que, por su apariencia o su comportamiento, denotan una historia vital detrás. Y muchas veces me quedo intrigada porque me faltan datos para saber cuál es su momento vital, hasta el punto de que muchas veces me dan ganas de preguntar directamente, pero evidentemente no lo hago porque me parece de una curiosidad extrema e, incluso, una falta de respeto.
Cuando me topo con una persona que está llorando, sin embargo, me puede más la preocupación por lo que le pueda estar sucediendo que esa curiosidad, y la mayoría de las veces no evito preguntar o acercarme a ver qué puedo hacer. Tengo que reconocer que ver a una persona llorar me desarma completamente, incluso si es una total desconocida para mí (no te digo ya mis allegados) y si son varones, aún peor...
Esta mañana he reparado en una chica, bien vestida, que estaba intentando legalizar un documento en el Tribunal Superior de Justicia, como yo. Cuando la ví, me preguntaba de qué trámite estaba pendiente, y me fijé que llevaba un certificado médico en la mano. A mí me remitieron directamente al Ministerio de Justicia por el tipo de documento que llevaba´, y cuando me giré para salir, ella, me dijo... "allí nos veremos, porque yo también tengo que ir". Era una charla surgida de esa especie de vínculo que une a las personas que han de guardar la misma fila. Y le contesté... "sí, nos veremos". Al llegar yo al Ministerio, la vi salir con prisas; llevaba las gafas de sol y la saludé cuando estuvo próxima a mí. No me respondió el saludo, y me di cuenta de que iba mirando al suelo y que llevaba en la cara el rastro de una lágrima. Se me encogió el corazón: algo grave tenía que haberle pasado, porque hacía media hora se la veía muy contenta, así que me volví hacia ella y... lo hice, le pregunté.... "¿te pasa algo? ¿estás bien? ¿puedo ayudarte?"... se detuvo, me miró, y llorando sólo me dijo... "ahora me dicen que hasta mañana no estará listo". No dijo más, tomo su pena y su camino y se marchó. Y yo me he quedado toda la mañana sintiendome mal.
Y salió uno de mis recuerdos del cajón: una vez, volviendo de un viaje con unos amigos en un coche, llegamos a un accidente que se acababa de producir en la carretera nacional. Había un camión enorme parado en el margen derecho, pero en sentido contrario al de su marcha, y en el margen izquierdo una furgoneta mixta también en el sentido contrario de su marcha. Dentro de la furgoneta había dos hombres, uno de ellos fallecido y otro, el conductor, agonizando. Ni siquiera habían llegado los bomberos.
Era un escenario dantesco, cuyo culpable, según un testigo presencial al que me acercó, había sido el conductor de la furgoneta al saltarse un stop, sin que el camionero pudiera hacer nada para esquivarlo. Los chicos de mi coche se lanzaron al otro lado de la carretera a ver si podían ayudar al conductor de la furgoneta que resultó estar atrapado con el motor, e intentaron hacer palanca en la puerta y todo tipo de maniobras Pero no pudieron hacer nada y el conductor tuvo que ser excarcelado por los bomberos al tiempo que el pobre expiraba.
Sin embargo, yo había visto al camionero y no podía apartar mi vista de él: era un tipo grande, y no había tenido la culpa del accidente... sin embargo allí estaba, arrodillado junto a su camión, con las manos tapándose la cara y llorando como un niño pequeño, balbuceando palabras entre mocos y lágrimas. Me acerqué a él, pero no supe qué decirle; me pareció que nada de lo que yo le dijese podría aliviar la desesperación y congoja que sufría, así que me limité a ponerle la mano en el hombro y estar junto a él el rato que permanecimos allí.
No recuerdo su cara, ni cómo iba vestido, ni nigún detalle excepto que era un hombre grande. Pero la imagen, y la sensación de desamparo total que yo sentía al verle llorar así, no se me olvida. Es una de las postales más importantes de mi colección de recuerdos y me viene a la mente cuando veo a una persona desconocida llorar, sobre todo si es un hombre.