Es cierto. Todos y cada uno de nosotros tenemos, en nuestra memoria, algún recuerdo de algo que hicimos que, a toro pasado, nos parece una equivocación o, incluso, una tontería. En esas situaciones tenemos dos opciones: obcecarnos en seguir el camino que iniciamos, porque la decisión la tomamos en su día y hay que continuarla hasta el final. O asumir que fue un error y salir del camino, intentar reconducir nuestros pasos al punto al que estábamos o, si no es posible, apartarnos, por lo menos, del sendero equivocado y buscar uno nuevo.
Ni que decir tiene que soy siempre partidaria de lo segundo, por supuesto, pero aprendiendo a no colocarnos en la situación que nos llevó a adoptar aquella decisión equivocada. Si no se hace así, terminaremos de seguro en el mismo punto.
Esta generalidad que estoy diciendo es particularmente aplicable en mi trabajo cuando el pleito versa sobre relaciones personales, es decir, muy a menundo. Porque ya sea un divorcio o una discusión entre socios de una mercantil, son muchos los casos en los que la subjetividad del cliente impera y domina el problema, e impide que las personas sean capaces de ver más allá de los siguientes cinco minutos de su vida, ni más atrás de los últimos cinco minutos vividos. Así, se toman muchas decisiones que, con el paso del tiempo, es muy difícil sostener porque el propio cliente pasa a considerarlas "una tontería", descolgándose con frases del tipo... "no tenía que haberle dicho tal cosa", o quizá, "si en aquel momento hubiera esperado un poco a tranquilizarme..."
Lo que está claro es que si uno descubre que su mujer le engaña, o que su socio le roba, lo más probable es que la decisión sea romper esa relación. En estos casos, no se presenta ninguna dificultad, salvo determinar la forma de hacerlo para encontrar aquella que suponga el menor desgaste emocional de los implicados. Por ello, un abogado siempre intentará una solución negociada antes de ir a juicio. O incluso puede recomendar una negociación sin intervención de abogados inicialmente, ya que cuando las togas entran por medio todo el mundo se repliega a la trinchera y puede dar comienzo la guerra sin fase de negociación.
Pero a veces, las relaciones entre las personas no tienen un punto tan claro de inflexión, sino que el deterioro es más difuso y no se sabe bien a qué motivo imputarlo. Si un matrimonio se distancia, y ninguno de ellos es feliz, o si dos socios ya no trabajan con el mismo entusiasmo en el proyecto común que les unió, suele suceder que uno de ellos (normalmente quien se siente más fuerte para "rehacer" -qué poco me gusta ese término, pero esa es otra historia- su vida o su negocio) toma la decisión de romper la baraja.
Y suele pasar muchas veces que esa persona, en realidad, ha tomado la decision de resolver la situación, pero sólo se le ha ocurrido la vía de disolverla, no de buscar el origen del problema y tratarlo. Y es en este tipo de asuntos en los que me he encontrado, precisamente, con que la gente, tiempo pasado se descuelga con un... "ya no estoy seguro", "quizá no fue la decisión correcta, quizá tenía que haber buscado un camino". Muchas veces, incluso, las personas llegan a la reconciliación conyugal o societaria.
Desde el punto de vista profesional, en mi opinión es un fracaso no detectar bien cuál es la causa del problema y si el mismo es o no irreversible. De momento, porque te puede llevar a hacer un trabajo que luego resulte ser innecesario; pero además, porque si el perfil del cliente es de los que, a pesar de reconocer que se equivocó, insiste en sostenella y no emendalla, en realidad no consigues resolver un problema, sino ayudar a que el mismo crezca sin motivo.
Cuando ello sucede en el ámbito de una sociedad mercantil pequeña, de dos o tres socios (que muchas veces funcionan como los matrimonios, sobre todo con las pymes), la lástima es que se puede dar al traste con un medio de vida que venía siendo adecuado para los implicados. Y solo haría falta que estos tomen un poco de distancia para poder evaluar friamente la situación.
Pero cuando se trata de un matrimonio, se está jugando con sentimientos mucho más fuertes; quizá por ello el número de reconciliaciones conyugales es mayor que el de reconcialiaciones societarias. Si bien, siempre es necesario que pase un tiempo para que las personas puedan valorar bien la decisión tomada en su día, y desvestirla de todo el maremagnum emocional que una ruptura nos supone. En el caso de que haya hijos en el matrimonio podemos llegar a una decisión dramática para personas que no tienen el más mínimo poder de decisión, por lo que hay que ser especialmente cautelosos.
Por eso, siempre que entra una pareja a mi despacho para divorciarse, indago especialmente sobre la firmeza de su decisión. Y si hay hijos, intento siempre recomendar una mediación especializada por un profesional. Si detecto un perfil de los "yo-no-reviso-mis-decisiones", intento un acercamiento individual, para conocer mejor los motivos de la irreversibilidad de la decisión, que a veces son futiles, como puede ser un orgullo mal entendido o la inseguridad de no obtener una respuesta afín del otro lado. Y no es que intente yo reconciliar a las personas, que me libro mucho de meterme en las decisiones de nadie; únicamente les recuerdo de forma periodica hasta el momento de la sentencia, o incluso después, que en esta vida nada hay irreversible, salvo la muerte. Y que hay que hacer todo lo posible para ser lo más feliz que uno pueda
Extrapolando esta experiencia al terreno personal, por mi parte, intento revisar las decisiones que tomo... en realidad, intento no apresurarme a tomarlas... y una vez tomadas, las suelo revisar con el tiempo, ya más friamente, para determinar si fue acertada o no. Ello me permite ser firme en mis decisiones cuando, pasado el tiempo necesario, se confirman en esa revisión. Pero no se me caen los anillos por decir "me equivoqué, fue una tontería", si así lo pienso... y en este caso, hago todo lo que esté en mi mano para volver atrás...
Al fin y al cabo todos, a veces, hacemos tonterías ¿no?
2 comentarios:
Pues sí, hacemos muchas tonterías por no pensar las cosas con tranquilidad pero somos, generalmente, muy impulsivos y nos liamos la manta a la cabeza y no nos paramos a ver las consecuencias y cuando éstas tienen que ver con niños, todavía es peor.
Me imagino que estarás acostumbrada a ver parejas que quieren divorciarse y que cuando la ves entrar por la puerta ya sabes si es una situación reversible o no.
Yo hay veces que pienso demasiado las cosas y otras veces todo lo contrario, no tengo término medio pero en general soy bastante indeciso.
Hola, Israel. Qué alegría leerte de nuevo. Sí se te nota que estás un poco nervioso, por tu forma de escribir... espero que lo de tu madre vaya bien. A mí tampoco me gustan mucho los hospitales, no me traen buenos recuerdos, pero qué se le va a hacer.
Yo creo que el problema no es tanto que seamos impulsivos, sino la causa de esa impulsividad, que no es otra, en mi opinión, que la de no parar de mirarnos el ombligo constantemente. Por ello, hacemos las cosas sin reparar en las consecuencias para otros. En una separación, muchas personas atienden más a su orgullo herido que las necesidades de personas que, como los niños, les viene la situación impuesta.
Yo creo que las cosas hay que pensarlas en función de la gravedad de las consecuencias. Y la gravedad hay que relativizarla siempre. Por ejemplo, si te implicas en una relación sentimental, lo más que te puede pasar es que luego llores un poco si no sale bien. Pero nada más ¿no?
Hay que alcanzar la ataraxia, ese estado en el que sólo te afectan las cosas realmente graves. Y cuando una persona ha pasado por situaciones difíciles, sabe bien qué es lo realmente importante.
Un beso
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