jueves, 28 de agosto de 2008

Mujer en apuros ¿hombres amables?... No siempre

Gracias a mi mudanza, últimamente me he encontrado en muchos apuros, de naturaleza física la mayoría de veces, al tener que cargar con cosas que superan mis posibilidades. Casi siempre he tenido la suerte de contar con la ayuda de algún hombre, que siempre és más fuerte que yo, por mucho que se trate, incluso de hombres de envergadura muy inferior a la mía (soy bastante grande), o de edad avanzada. En ocasiones, se ha tratado de ayuda previamente concertada con familiares o amigos... otras veces, auxilio prestado por hombres que se encontraban ocasionalmente cerca del lugar en el que yo andaba luchando con una estantería, un cajón grande o cualquier cosa pesada de las que se ponen en una vivienda.

Un día, fui a comprar yo sola a Ikea, con la pretensión de comprar varias estanterías... ¡qué ilusa!... compré solo una, a la vista del tamaño del embalaje, el cual, a pesar de haber medido previamente mi mini-coche, lo tuve que transportar con una esquina empotrada entre el espejo retrovisor interior y mi yugular... Pues para cargarla, en vista de que se me debía de ver absolutamente incapaz de hacerlo, se acercaron unos empleados de chaleco reflectante que hay en el parking de Ikea ocupándose de organizar y recoger continuamente los carritos, y la cargaron en el coche con la misma facilidad que se mete una postal en un buzón de correos... Y al llegar a casa... un amigo tuvo que ayudarme a bajarla del coche :-)

Hoy me he mercado de segunda mano una cómoda para mi dormitorio... Es enorme, pero me ha salido a la mitad de su precio en Ikea, y encima montada. He ido a recogerla a un barrio muy popular y populoso de mi ciudad, y al llegar al timbre me ha dado un poco de mieditis: el vendedor, con el que había hablado por teléfono dos veces, es un brasileño que se va a su país ahora, y se deshace de muebles prácticamente nuevos; cuando he llegado al descansillo de su piso, la puerta que me ha indicado parecía que hubiera sobrevivido a una grave catástrofe de lo descuidada, sucia, vieja y rota que estaba... y de repente he pensado "debería haber venido con algún hombre" y me he sentido como Caperucita Roja cruzando el bosque al encuentro del Lobo Feroz. Pero al abrir la puerta me he encontrado con una mirada muy amable (aunque vete tú a saber), unos ojos azules preciosos, y un chico que con acento brasileño me saluda por mi nombre y me dice "tengo aquí fuera la cómoda, para que no tengas que sacarla del dormitorio"... "¿vienes sola?... no vas a poder con ella, si quieres te ayudo..." Qué amable ¿verdad? "Uf, pues me vendría muy bien, porque yo puedo con ella, pero muy poquito a poco, y con la que está cayendo me voy a deshidratar... " Le digo... Y él coge carrerilla: "hasta donde vas a llevarla, igual te puedo acompañar". Me acordé de Caperucita y de la sensación de cinco minutos atrás... "Uy, no, gracias... si al llegar a casa he quedado con mis hermanos, el mayor y el pequeño, que me la van a descargar..." Si, si... mis hermanos... las ganas. Para empezar, solo tengo uno, pero viste más en estos casos hablar de "mis hermanos" (como lo de "mis abogados"). Y para terminar, mi único hermano, que estaría encantado de ayudarme, estaba a esas horas currando como una bestia. Pero mi suerte no se había acabado, porque al llegar a casa me encontrado con un vecino muy amable que he conocido, y con el portero de mi edificio, que también es un encanto de hombre, y entre ambos me han llevado la cómoda a casa. :-)

Y es que en esos casos, en que la diferencia física queda de manifiesto, porque también entre mi portero y mi vecino han cargado la cómoda como si fuera el triciclo de un niño, se agradece mucho la amabilidad masculina con las mujeres en apuros.

Sin embargo, no he tenido la misma suerte (y me pregunto por qué será) cuando el apuro que sufro no tiene relación con la fuerza física, sino con los conocimientos técnicos. Concretamente, con los conocimientos relativos a la electricidad, instalación de repisas, etc. En este campo, salvo muy honrosas excepciones de hombres que se han tomado muchas molestias para echarme un cable, el resto ha aprovechado mi falta de conocimientos para tener una actitud prepotente hacia mí, obligándome, por ejemplo, a ir dos veces a la misma ferretería a comprar algo que no sabía que necesitaría pero que el ferretero, evidentemente, sabía que me haría falta.

Desde luego, que no se puede pretender que la gente corra detrás de tí para ayudarte, pero yo me pregunto ¿si ese ferretero hubiera sido mi vecino, mi portero o el vendedor brasileño, me habría ayudado a cargar un mueble?... Creo que sí, que no le habría importado ayudarme, porque la sensación que tuve fue que, al no tratarse de un campo en el que la superioridad masculina es evidente, sino de una actividad que requiere, amén de cierta habilidad manual, unos conocimientos técnicos, la única forma de mostrarse superior a mí era justamente la contraria a la de ayudarme: al volver por segunda vez quedaba claro que "esta lista" que viene a comprar enchufes y cables, no tiene ni idea de lo evidente, que necesitará tornillos y tacos para sujetarlos a la pared.

En fin, mi cómoda está en el dormitorio y mis enchufes están puestos, con o sin ayuda. Y el ferretero ha perdido un cliente.

El efecto agosto

El mes de agosto toca a su fin, y durante su última semana se produce el "efecto agosto", que es algo parecido al "efecto Año Nuevo" pero sin las promesas y buenas intenciones propias del fin de año.

Mucho se habla sobre el incremento de divorcios, por ejemplo, achacándose a la intensa convivencia de las parejas durante las vacaciones como detonante de un conflicto conyugal. Y creo que es una valoración acertada, pero que también opera como una causa importante este "efecto agosto" que provoca que el conflicto conyugal se manifiesta aunque no se haya "disfrutado" de ese largo mes de vacaciones, de la misma manera que provoca un considerable aumento de otro tipo de conflictos y litigios.

Sucede, en mi opinión, que el verano marca una hito en el ritmo del año, al igual que sucede con el fin de año, y se utiliza como referencia temporal para tomar una decisión o llevarla a cabo, y el mes emblemático del verano es agosto. Así, las personas y las empresas se marcan el mes de agosto como momento decisivo para resolver cuestiones importantes, poniendo como plazo final "antes del 1 de agosto" o como momento inicial "a partir del 1 de septiembre". Tiene cierta lógica profesional, ya que al ser inhábil el mes de agosto para la mayoría de las actuaciones judiciales, los abogados solemos vacacionar durante ese mes, funcionando así como barrera temporal. Incluso, el año judicial comienza el 1 de septiembre, aunque eso lo desconoce mucha gente, por lo que no tiene influencia en su decisión.

Por ello, la última quincena de julio y la última semana de agosto unida a la primera semana de septiembre suelen ser meses de actividad frenética en los despachos de abogados, ya que la recepción de llamadas, consultas, visitas de los clientes es constante. Y no son todos, ni mucho menos, asuntos de divorcio.

Lo cierto es que no es, precisamente, el mejor momento para iniciar asuntos judiciales. Desde luego, el mes de julio es, en mi opinión, el más desaconsejable debido a que la lentitud de las oficinas judiciales se dispara ese mes, al haber comenzado los oficiales y agentes sus turnos de vacaciones y disponer de menos personal. No obstante, antes de terminar el mes de julio este año, tuve que preparar varias demandas porque si no, los clientes, no se iban tranquilos de vacaciones, a pesar de que les expliqué que había poca o ninguna diferencia entre presentarlas el 31 de julio o el 1 de septiembre.

Y el mes de septiembre no es, tampoco, un momento propicio, ya que se produce una verdadera avalancha de asuntos que el personal de los Juzgados tiene que gestionar al tiempo que da salida a todo lo que, durante los meses de julio y agosto, se ha quedado sobre la mesa.

Es debido a ese "efecto agosto" que para un abogado, superar los meses de julio y septiembre se convierte en un objetivo profesional y personal que se repite cada año, al que se añade, a la vuelta del verano, el conocido "síndrome de estress posvacacional" que, como personas que somos, también sufrimos...

El "efecto agosto": todo un reto de supervivencia.

martes, 26 de agosto de 2008

Mis límites

Ultimamente la palabra límite no sale de mi cabeza, continuamente me viene a la mente, bien porque la escucho decir a alguien, bien porque yo misma la empleo en alguna frase.

En realidad, las relaciones personales consisten en buena parte en marcar límites, y siempre existe una relación de poder o de tensión, (como quiera llamarse) que suele alcanzar un punto de equlibrio más o menos estable y aceptable para los implicados. A veces, sin embargo, ese punto no se alcanza y, entonces, he observado que se pueden dar dos situaciones, ambas abocadas a una ruptura total de la relación: o bien se vive en un continuo conflicto, o bien uno de los implicados se rinde desde un principio (por motivos variados) y la relación se rige por los criterios y normas de la otra parte.

Mi hermana, por ejemplo, se encuentra en la primera situación y tras once años de matrimonio y dos hijos no logra alcanzar con su marido un punto estable: ninguno da su brazo a torcer y sus discusiones y enfados son continuos. Sin embargo, continúan de acuerdo en que quieren estar juntos y permanecen en ese estado de conflicto permanente que ya es estructural en ellos. Los dos son buenas personas, trabajadores, inteligentes, generosos... El es de caracter afable, pero muy cabezota... y ella está acostumbrada a salir victoriosa siempre en las tensiones interpersonales y ser quien marca la pauta. No sé cuánto tiempo se puede vivir así, porque el desgaste que les está suponiendo es enorme. Creo que cuando no se alcanza un punto estable, y ninguno de los implicados se rinde, el final es la crónica de una muerte anunciada.

A mí, sin embargo, no me gustan nada las discusiones; creo que mi hermana y yo nos hemos retroalimentado desde pequeñas (siempre estábamos juntas), y que mi laxitud al poner límites a mi entorno en parte se debe precisamente a su carácter combativo y a mi poca afición al conflicto; y, a su vez, ésta costumbre que tiene ella de llevarse siempre "el gato al agua" deriva, entre otras razones, a que yo siempre me rendía a la primera de cambio: nunca digo "no" y no me gustan los enfrentamientos, excepto cuando trabajo porque lo requiere mi profesión.

Pero ello no significa que mi opción sea mejor, es también una mala solución, porque es evidente que yo también tengo mis límites, sólo que no los hago valer hasta que la transgresión es grave... y entonces, la única solución es, también, la ruptura.
Es cierto que mis amigos y personas más allegadas suelen ser personas respetuosas "per se" y consideradas conmigo; me siento apreciada por ellos sin necesidad de que yo me tenga que hacer valer constantemente. Por otra parte, creo que soy (o lo intento) ser también respetuosa y considerada con ellos, y una de las pocas incidencias que a mí me puede quitar el sueño es pensar que he podido hacer daño a alguien cercano. Me gusta, además, que las personas a las que quiero se desarrollen como son... de mi familia y mis amigos, me gustan hasta sus defectos, e intento no obtener de ellos lo que yo quiero sino lo que ellos me quieran dar. En resumen, suelo ser partidaria, no conscientemente sino porque me sale así, de que el equilibrio en las relaciones personales no sea el resultado de un esfuerzo por encontrarlo, sino de que surja por sí solo. En caso contrario, no son relaciones que merezcan la pena, porque la vida es de por sí misma muy cansada como para tener que estar manteniendo tensiones innecesarias.

A veces me encuentro en situaciones en las que alguien, sobrepasa mi frontera... suelo esperar, para comprobar si es algo ocasional o no lo es, buscar como siempre una explicación que me permita evitar el enfrentamiento. Por eso suelo ceder y dar tiempo...
El problema es el siguiente paso, ya que mi actitud puede dar lugar a una relación constantemente desequilibrada, en el que el otro me marca el tempo y yo, simplemente lo sigo... pero llega un momento en el que, evidentemente, se llega al último limite. Y yo no tengo escala de grises en esto: o estoy o no estoy, porque mi relación se basa, precisamente, en la confianza que tengo en que esa persona me respeta y me considera... Si llego a pensar que no es así, el hilo se rompe y, entonces, ya no tiene remedio porque esa persona deja de importarme. Directamente, sin paliativos. Para mayor agravamiento, como produce en mí un sentimiento de felpudo acumulativo, el detonante puede ser una tontería y sé de más de uno que aún está buscando la explicación a mi reacción, totalmente desproporcionada a su parecer.
Tuve un amigo en la facultad; un amigo muy amigo, pero no con grado de intimidad física (yo tenía novio por entonces), y estábamos siempre juntos: no estaba en mi clase, pero en los descansos ibamos juntos a tomar café; pertenecíamos a la misma asociación y editábamos juntos la revista. Hacíamos un buen equipo, en definitiva. A él le gustaba organizar, tenía siempre muy claro cómo quería hacer las cosas y yo no solía oponerme, si era algo que no me molestaba. Pero empezó a disponer de mí, poco a poco, y cada vez más. Cuando me dí cuenta, llevábamos un tiempo que sus asuntos eran siempre una prioridad: su agenda era siempre más importante que la mía, y si había quedado con su novia no podiamos vernos para las tareas de la edición de la revista o para cualquier otra cosa; en cambio yo, no es que dejara mi vida para seguir su ritmo, pero sí hacía concesiones para intentar que, ya que él no podía quedar tal o cual día, pudieramos quedar los días sobrantes. Empecé a sentir que recogía las sobras continuamente, y que me hacía un favor quedando conmigo... y ese sentimiento iba creando un sedimento negativo en mí hacia él. Un día, por una tontería (yo quería ir a una manifestación y él decía que era más importante para nuestra comisión de comunicación de la asociación quedarnos a la asamblea ejecutiva interfacultativa) terminé con él. Pero terminé radicalmente (de lo cual, por cierto, se alegró mucho mi novio) de tal manera que ni nos hablábamos: sencillamente, le miré a los ojos y le dije: hasta aquí hemos llegado, tú y yo no nos conocemos de nada, no me vuelvas a dirigir la palabra porque no te voy a responder. Hizo varios intentos de hablar conmigo, y yo se los negué de forma rotunda, e incluso tengo que decir que cruel porque no tuve el más mínimo miramiento. Luego, cuando me cruzaba con él por el pasillo, me miraba para ver si podia acercarse a mí, y yo le ignoraba. Pero no sentía ni odio ni rencor hacia él, sencillamente dejó de importarme y pasó a la categoría de "paisaje"... me incomodaba un poco cruzármelo por el pasillo, porque la gente me preguntaba y yo no queria ni siquiera perder el tiempo: "Pero ¿ese no era fulanito? ¿no te hablas con él? ¿no era tu amigo?"... "Tú lo has dicho. Era".
Así de sencillo. Finiquitado el problema... ¿de verdad? En absoluto. Es verdad que nunca más volví a verlo, y que además, ni siquiera le eché de menos, porque nadie echa de menos a quien no te respeta. Pero al cabo de los años, a raiz precisamente de una amiga con la que hizo yo el papel justamente contrario y se sentó a hablar conmigo, me acordé de él y me dí cuenta de que, a diferencia de mi amiga, nunca le dí una oportunidad: nunca le dije que se estaba pasando conmigo ni le dije que me hacía sentir mal. Y recordé también que habíamos sido amigos porque nos lo pasábamos bien juntos, nos aportábamos cosas, y yo le consideraba una persona honesta... y tuve la sensación de que fui yo quien no fue honesta con él, ya que un amigo se merece, por lo menos, saber si está haciendo algo que te hace daño.
¿Pueden esperar las personas que los demás conozcan nuestros límites si no los ponemos de manifiesto? Y si alguien sobrepasa esos límites ¿de quien es la culpa, del que los sobrepasa o del que lo consiente sin rechistar?. Si en lugar de tener esta actitud laxa al poner los límites hubiera hecho algún esfuerzo por marcarlos desde un principio, aunque sea teniéndome que enfadar con lo poco que me gusta, las personas que me he ido dejando en el camino, y que merecían la pena, sencillamente hubieran conocido dónde estaba la frontera y, quizá, la habrían respetado.
Por lo tanto, no es una mejor opción la mía que la de mi hermana. Más tranquila sí, pero no mejor. Como siempre, parece que en el término medio está la virtud... ni tanto como mi hermana, ni tan poco como yo... Si algo así me volviera a suceder ¿seré capaz de tener un mini-conflicto y poner las cartas sobre la mesa? Espero que sí, perder un amigo es algo que me pone muy triste, sobre todo si es por no saber yo comunicar de forma honesta mis sentimientos.

domingo, 24 de agosto de 2008

Autosuperación y resolución de problemas.

La vida, para la mayoría de los habitantes de este planeta, es una lucha diaria para lograr cubrir las necesidades fisiológicas y de seguridad elementales, esas que constituyen la base y el segundo escalón de la pirámide de las necesidades de Maslow: alimentación, refugio, seguridad física. Queda reservado para la minoría de afortunados del primer mundo la pelea por satisfacer necesidades secundarias o incluso terciarias, como la estima, las necesidades emocionales y la autorrealización.

Esto es una obviedad de la que es consciente cualquiera que esté leyendo estas líneas, ya que ello presupone que no tiene duda sobre si comerá o no mañana, o sobre si mañana lo secuestrarán para ser niño-soldado, o sobre si logrará escapar del bombardeo de los lunes o atravesar ileso el campo minado para ir a la escombrera a rebuscar algo que vender...

Yo, evidentemente, me encuentro en este grupo de privilegiados en el que nuestra preocupación es si somos obsesivos, si sufrimos un desamor, o si lograremos aquel o este reto profesional. Nos olvidamos de que cada café que tomamos, cada ducha que nos damos o cada noche que nos metemos entre sábanas limpias y bajo un techo sólido, llevamos a cabo sin apenas inmutarnos lo que para otras personas constituye el objetivo de cada día.

Pero además, dentro del núcleo de privilegiados que constituye la población del primer mundo, la mayoría de nosotros somos, a su vez, super-privilegiados del último escalón de la dichosa pirámide, luchando a diario por lograr nuestra autorrealización, ya que, más o menos, las necesidades de afiliación, afecto, pertenencia, moralidad, autoconfianza, etc las tenemos atendidas.

Sin embargo, creo que cuando uno se mueve ya en los últimos escalones de la pirámide, no es inexorable la ley de que sólo se pasa a sentir la necesidad del siguiente peldaño cuando tienes cubiertas las anteriores. Los límites, cuando te mueves en un ambiente del primer mundo privilegiado son mucho más difusos y confusos, y te puedes encontrar con personas que tienen satisfecha la necesidad más elevada, la autorrealización, mientras que no pueden resolver por si mismas las más elementales de aseo, comida, o seguridad.

Y es que estas personas, en nuestro primer mundo (ya que en otros no logran sobrevivir) convierten la superación de sus limitaciones físicas en su objetivo de autorrealización, por lo que, al mismo tiempo que sobrellevan su lucha para poder hacer con la mayor normalidad posible aquello que a los demás no nos supone esfuerzo alguno, cubren esa necesidad cúspide de la jerarquía de Maslow.


Conozco muchas personas que sufren algún tipo de limitación, y que han hecho de la superación de éstas un objetivo de autorrealización, pero ahora estoy pensando en Noe y su madre, a las que he conocido esta semana en la playa: Noe tiene veinte años y una limitación motriz severa debido a un parto con complicaciones; no tiene afectación cognitiva, pero no puede moverse de la silla sin ayuda de una persona, y por supuesto, no puede asearse, acostarse o vestirse sola. Su madre aún tiene solo cuarenta años, y se puede decir que maduró a golpes, habiendo dejado sus proyectos personales de lado totalmente para atender a su hija, intentando que algún día sea lo más feliz e independiente posible.

La verdad es que hacen una pareja peculiar, porque pasan todo el día juntas, apreciándose una gran complicidad entre ellas: lo mismo se las ve regañar por una trenza que reir a carcajadas por algo que sólo ellas sabrán qué es.

Las dos viven centradas en cubrir las necesidades de Noe, y en conseguir que ésta termine el bachillerato (está en el último curso y le ha quedado Historia para septiembre). Ahora, además, Noe se ha echado novio, un chico también afectado por una lesión cerebral, que acaba de terminar Derecho, y que ha andado toda la semana llamando a Noe y enviandole sms... o ésta preocupada o mosqueada porque él no la llamaba todo lo que ella quisiera... Y su madre intentando que ella no se lo tome demasiado en serio, temerosa, supongo, de que sobrevenga a su hija un desengaño amoroso que eche por tierra parte del trabajo realizado todos estos años.

Las dos son mujeres muy alegres, sociables y divertidas. Noe charla con cualquiera que se le ponga a tiro, y pregunta sin prejuicios (contra el vicio de preguntar, dice, está la virtud de no contestar). Se sabe los nombres y la vida de todo el mundo, y se interesa por los problemas de la gente... pregunta y da su parecer sin ningún complejo. Se comporta con tal naturalidad y autoaceptación que sus limitaciones evidentes (no puede mantener la cabeza erguida y tiene las manos en garra) pasan rápidamente a un segundo o tercer plano cuando hablas con ella. Y te quedas maravillado del nivel de superación de esta chica... envidiable.

También su madre es una buena compañía, es divertida, muy activa y, también, muy sociable. No para un segundo quieta, y está todos y cada uno de los segundos de su tiempo con las cosas de Noe en mente: todas, absolutamente todas las mañanas, asalta al empleado del ayuntamiento que patrulla la playa en un quad (un chaval muy amable) para insistirle en que necesita alagar el camino de tablas que le ha puesto el ayuntamiento para poder llevar a su hija a la playa sin necesidad de que nadie más la ayude. Y cuando habla de su hija, se la ve muy orgullosa de ella, de ese nivel de superación...

Sin embargo, y aunque sea paradójico, Noe es una mujer muy satisfecha, muy motivada... se ve cómo ese reto que le supone superar sus limitaciones se ha convertido en una meta de autorrealización. Cosa que no le sucede, sin embargo su madre: aunque se la ve muy feliz y contenta con los avances de su hija, y es consciente de que si Noe está tan bien es debido, en gran parte, a su dedicación, no son sus propias necesidades las que está atendiendo. Para ella no es un objetivo de autorrealización la superación de obstáculos por parte de Noe, sino la resolución de un problema, el afrontamiento de una responsabilidad... lo cual, ocupa un peldaño por debajo de la autorrealización que, para ella, sería, una vez cerrada esta etapa que se abrió cuando tenía veinte años, poder trabajar (es auxiliar de clínica) y "recuperar su vida", como ha dicho ella misma.

Somos curiosos los seres humanos: no siempre el que tiene más limitaciones lo tiene más difícil para sentirse satisfecho. Es el afan de auto-superación lo que, en muchos casos, nos facilita esa sensación de completitud como personas; sin embargo, la resolución de problemas no pasa de ser lo que para otros es buscarse un pedazo de pan cada día: un escalón intermedio en la jerarquía de necesidades.

sábado, 16 de agosto de 2008

Objetivo cumplido

Pues ya llevo una semana viviendo con mi hijo en nuestra nueva casa... el sábado pasado dormimos aquí por primera vez, y las cosas se van desarrollando bien. No obstante, no puede decirse que sea una semana normal, ya que, entre el trabajo (jornada continuada, menos mal) y los trabajos diversos de bricolaje, he tenido poco tiempo para dedicarle al niño.

Pero él parece que se ha hecho ya con la casa perfectamente y está encantado. Los primeros días estaba muy excitado, y yo me esforcé mucho por marcarle nuevas rutinas que le hicieran sentirse seguro... así que, ha empezado a dedicarle un rato al levantarse para hacer su cama (lo de hacer es un decir, porque la deja hecha un burruño, pero ya aprenderá). Hace tres días, sin embargo, lo noté muy nervioso, y dos días se ha puesto a llorar al acostarse... al preguntarle el motivo dice que echa de menos a su padre, pero yo se que (aunque lo echa de menos) es una verbalización del estress que le supone el cambio, ya que el último mes lo ha pasado con su padre y tenía ya adoptadas unas rutinas que le daban mucha tranquilidad. Pero ahora mismo ya parece que lo tiene superado. Estamos en el cuarto de estar, viendo el Retorno del Jedi, y se ha hecho el amo y señor del sofá, y ahí está tumbado el tío... menos mal que ya queda menos de verano y a estas horas, durante el invierno, estará en la cama... si no, me veo luchando por el sofá con él.

Yo me siento muy rara también, pero bien... en Ikea me van a hacer socia de honor porque he amueblado la casa a base de sus muebles... Y creo que alguna explicación froidiana debe tener el hecho de que todos, absolutamente todos los muebles que he comprado, son de color blanco. Son los más baratos en Ikea, eso es cierto, pero también es verdad que es el color que me apetece. Debe darme sensación de "nuevo", seguro.

Y ya tengo cafetera, microondas, olla express... me falta la plancha y algunos manteles, que no termino de ver ninguno que me guste. Me compré una cama con arcón para tener espacio de almacenaje debajo de la cama, y llevo toda la semana (y la anterior también) arreglando cosillas en la casa: acabo de pintar un panel de madera que habia en la entrada y no me gustaba... lo he pintado de blanco, claro. He cambiado el enchufe de la antena, he colgado estanterías, he puesto el tendedero... he colgado las cortinas que me ha hecho mi madre, he puesto lámparas (bueno, son globos de papel) ... He cambiado los muebles de sitio varias veces, hasta que han vuelto a su primera ubicación, y he acarreado cosas desde casa de mi madre... Aun me quedan muchas cosas por traer, pero tengo primero que colocar lo que he traido y tengo apilado en mi dormitorio.

Y son tantas las cosas que tengo que hacer, que de buena gana me quedaría haciendo cosas durante toda la semana; pero mañana salimos para el Levante, a la playa... a mi hijo le da algo si no vamos, y va a ser una semana sólo allí. Pero ahora mismo están allí sus primos, con los que se lo pasa de miedo, y además, allí puede salir a la calle hasta las doce de la noche, lo cual le hace sentir muy mayor y le encanta. Además, hay una chica mayor (nueve años debe tener) que le gusta, y a la que ya persiguió sin éxito el año pasado... pero como mi hijo es inasequible al desaliento, está deseando llegar para que ella vea lo mucho que ha crecido y lo mayor que es ya.

En fin, que estoy muy contenta y que todo va muy bien, y que puedo dar por cerrada la fase "salto" y pasar a la fase "estabilización", aunque a veces echo de menos la tranquilidad de la casa de mis padres, donde todo estaba ya hecho y mi madre me cubría cualquier hueco con el niño. Ya se pasará.

Este va a ser nuestro año, claramente.

lunes, 4 de agosto de 2008

Rehacer la vida

Ya dije en un post anterior que "rehacer la vida" es una expresión que no me gusta nada, y voy a aprovechar este ratito que tengo para explicar por qué:

Por un lado, la expresión literal en sí misma es absurda: todos sabemos que la vida sólo se "hace" una vez, y que si hay algo que es imposible (por lo menos en este momento del desarrollo humano) es que el tiempo fluya hacia atrás. Por lo tanto, literalemente es irrealizable, nadie puede "rehacer" su vida.

Pero, además, la expresión denota reiteración de algo: rehacer = volver a hacer. Da la idea de que tienes que volver a repetir lo que ya hiciste una vez. Y si bien es cierto que a veces nos puede parecer que "cualquier tiempo pasado fue mejor", la añoranza de épocas pasadas y felices nunca es de tal magnitud como para hacernos desear, en realidad, volver a vivir lo vivido ya, en lugar de experimentar lo que el futuro nos depara. Es posible que en momentos de bajón podamos pensar lo contrario, pero la curiosidad innata del ser humano nos haría aburrirnos de repetir siempre lo mismo. Y si a ello se añade que la dichosa expresión se utiliza para cuando uno intenta salir de una crisis, lo que menos podemos querer en ese momento es repetir los mismos errores que cometimos una vez.

Sin embargo, lo que más me exaspera es el uso que se le da a esa expresión. Estaría bien si se empleara sólo para hacer referencia a la actitud de una persona cuando quiere salir de algún bache... Pero todos los que nos hemos separado alguna vez ( y en mi caso llevo dos separaciones ya), hemos padecido esa expresión como manifestación de la presión de nuestro entorno para que nos emparejemos de nuevo. Son frases típicas de los familiares, amigos y demás entorno (bien intencionados, no digo que no) las de "Te veo muy bien, pero ¿cuándo vas a rehacer tu vida?" o "En cuanto rehagas tu vida, verás que bien te va a ir"; suelen ir acompañadas, además, de un "pues yo conozco a un chico que te iría fenomenal", o si no, de una convocatoria a cenar en casa de alguien donde, ¡oh casualidad! aparece otro single, como nos llaman ahora.

Si por "rehacer tu vida" entendemos salir de un bache y recuperarte, e implica tener de nuevo una pareja estable ¿Quiere eso decir que hasta que uno no tiene pareja no se recupera ¿Hasta que no tienes pareja no eres una persona completa? ¿Qué es lo que necesita una persona para considerar que tiene una vida plena?... No lo creo. En absoluto.

Es cierto que todos necesitamos tener en nuestra vida unos ejes de sustento claros que nos permitan dar por sentada una estructura mínima para poder, desde ella, avanzar hacia otros objetivos de la vida, normalmente la búsqueda de la felicidad (fin último del ser humano ya en la filosofía clásica como propugnaban, entre otros, epicureos y estoicos). Pero esa estructura básica no incluye inexcusablemente una pareja estable, ya que la necesidad emocional a la que responde puede ser cubierta de muchas otras maneras.

En mi caso, mis pilares fundamentales son mi hijo, mi familia, mis amigos y mi trabajo. Con todo ello en regla, que no es poco, me doy por muy satisfecha y completa; por supuesto, que si tuviera un compañero estable con quien compartir la vida, mejoraría aún más. Pero quizá debido a que soy especialista en elegir parejas que, en lugar de sumar solidez a mi vida lo que han hecho ha sido restar fuerza a esa estructura básica, al final he llegado al convencimiento de que tener una pareja estable no es, ni con mucho, algo esencial en mi vida. Y estoy un poco cansada ya de tener que estar dando explicaciones a todo el mundo... incluso cuando salgo por ahí, parece que todo el mundo piensa que el éxito estaría en "encontrar un marido"... Incluso mi hijo, hace ya más de un año, que me pregunta que cuándo me voy a casar... y tiene seis años sólo... Buf!!!

Así se lo expliqué a mi tío la semana pasada, cuando me felicitó por mi traslado de casa y se sorprendió cuando le dije que me iba yo sola con mi hijo, sin pareja. "Pero tú tendrás que rehacer tu vida ¿no?"... Y dale Perico al torno ¿qué tengo que rehacer? ¿es que mi vida no está hecha?... Tengo un hijo de 6 años, una familia que me apoya, buenos amigos, un trabajo que me gusta y me da de comer a mí y a mi hijo... y ahora tengo, de nuevo, mi propia casa.. ¿eso no es una vida hecha?. "Ya, pero reconoce que te vendría bien una pareja estable ¿no? siempre será mejor ¿no?"... Mejor o peor, según quién sea ¿no? Con mi experiencia, si hay algo que por fín he aprendido es que uno tiene que ser muy selectivo a la hora de elegir un compañero de vida y que, muchas veces, es mejor hacer el camino solo que mal acompañado... "No te preocupes, tío, que si aparece alguien que quiera compartir su vida conmigo, y yo con él, que se respete a sí mismo y a mí y a mi hijo... lo incorporaré a mi vida como un elemento importante de ella... Pero si no aparece, ten por seguro que no voy a considerar que tengo que aún tengo que rehacer mi vida". He dicho.

Mi objetivo, ahora, es encontrar esa frase que sintetice todo lo anterior para poder responder de forma rápida a los cansinos que se empeñan en que tengo que encontrar un marido, una pareja o un padre para mi hijo (que ya tiene, por cierto, y le quiere mucho)... Y admito sugerencias.