Gracias a mi mudanza, últimamente me he encontrado en muchos apuros, de naturaleza física la mayoría de veces, al tener que cargar con cosas que superan mis posibilidades. Casi siempre he tenido la suerte de contar con la ayuda de algún hombre, que siempre és más fuerte que yo, por mucho que se trate, incluso de hombres de envergadura muy inferior a la mía (soy bastante grande), o de edad avanzada. En ocasiones, se ha tratado de ayuda previamente concertada con familiares o amigos... otras veces, auxilio prestado por hombres que se encontraban ocasionalmente cerca del lugar en el que yo andaba luchando con una estantería, un cajón grande o cualquier cosa pesada de las que se ponen en una vivienda.
Un día, fui a comprar yo sola a Ikea, con la pretensión de comprar varias estanterías... ¡qué ilusa!... compré solo una, a la vista del tamaño del embalaje, el cual, a pesar de haber medido previamente mi mini-coche, lo tuve que transportar con una esquina empotrada entre el espejo retrovisor interior y mi yugular... Pues para cargarla, en vista de que se me debía de ver absolutamente incapaz de hacerlo, se acercaron unos empleados de chaleco reflectante que hay en el parking de Ikea ocupándose de organizar y recoger continuamente los carritos, y la cargaron en el coche con la misma facilidad que se mete una postal en un buzón de correos... Y al llegar a casa... un amigo tuvo que ayudarme a bajarla del coche :-)
Hoy me he mercado de segunda mano una cómoda para mi dormitorio... Es enorme, pero me ha salido a la mitad de su precio en Ikea, y encima montada. He ido a recogerla a un barrio muy popular y populoso de mi ciudad, y al llegar al timbre me ha dado un poco de mieditis: el vendedor, con el que había hablado por teléfono dos veces, es un brasileño que se va a su país ahora, y se deshace de muebles prácticamente nuevos; cuando he llegado al descansillo de su piso, la puerta que me ha indicado parecía que hubiera sobrevivido a una grave catástrofe de lo descuidada, sucia, vieja y rota que estaba... y de repente he pensado "debería haber venido con algún hombre" y me he sentido como Caperucita Roja cruzando el bosque al encuentro del Lobo Feroz. Pero al abrir la puerta me he encontrado con una mirada muy amable (aunque vete tú a saber), unos ojos azules preciosos, y un chico que con acento brasileño me saluda por mi nombre y me dice "tengo aquí fuera la cómoda, para que no tengas que sacarla del dormitorio"... "¿vienes sola?... no vas a poder con ella, si quieres te ayudo..." Qué amable ¿verdad? "Uf, pues me vendría muy bien, porque yo puedo con ella, pero muy poquito a poco, y con la que está cayendo me voy a deshidratar... " Le digo... Y él coge carrerilla: "hasta donde vas a llevarla, igual te puedo acompañar". Me acordé de Caperucita y de la sensación de cinco minutos atrás... "Uy, no, gracias... si al llegar a casa he quedado con mis hermanos, el mayor y el pequeño, que me la van a descargar..." Si, si... mis hermanos... las ganas. Para empezar, solo tengo uno, pero viste más en estos casos hablar de "mis hermanos" (como lo de "mis abogados"). Y para terminar, mi único hermano, que estaría encantado de ayudarme, estaba a esas horas currando como una bestia. Pero mi suerte no se había acabado, porque al llegar a casa me encontrado con un vecino muy amable que he conocido, y con el portero de mi edificio, que también es un encanto de hombre, y entre ambos me han llevado la cómoda a casa. :-)
Y es que en esos casos, en que la diferencia física queda de manifiesto, porque también entre mi portero y mi vecino han cargado la cómoda como si fuera el triciclo de un niño, se agradece mucho la amabilidad masculina con las mujeres en apuros.
Sin embargo, no he tenido la misma suerte (y me pregunto por qué será) cuando el apuro que sufro no tiene relación con la fuerza física, sino con los conocimientos técnicos. Concretamente, con los conocimientos relativos a la electricidad, instalación de repisas, etc. En este campo, salvo muy honrosas excepciones de hombres que se han tomado muchas molestias para echarme un cable, el resto ha aprovechado mi falta de conocimientos para tener una actitud prepotente hacia mí, obligándome, por ejemplo, a ir dos veces a la misma ferretería a comprar algo que no sabía que necesitaría pero que el ferretero, evidentemente, sabía que me haría falta.
Desde luego, que no se puede pretender que la gente corra detrás de tí para ayudarte, pero yo me pregunto ¿si ese ferretero hubiera sido mi vecino, mi portero o el vendedor brasileño, me habría ayudado a cargar un mueble?... Creo que sí, que no le habría importado ayudarme, porque la sensación que tuve fue que, al no tratarse de un campo en el que la superioridad masculina es evidente, sino de una actividad que requiere, amén de cierta habilidad manual, unos conocimientos técnicos, la única forma de mostrarse superior a mí era justamente la contraria a la de ayudarme: al volver por segunda vez quedaba claro que "esta lista" que viene a comprar enchufes y cables, no tiene ni idea de lo evidente, que necesitará tornillos y tacos para sujetarlos a la pared.
En fin, mi cómoda está en el dormitorio y mis enchufes están puestos, con o sin ayuda. Y el ferretero ha perdido un cliente.
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