sábado, 28 de junio de 2008

La "Corchos"

Ayer tuve una mañana de perros: tuve que ir al Notario, pasar por la oficina de un cliente para terminar un escrito, y luego ir al Juzgado para ver dos expedientes.
Hacía un calor increíble, y la ciudad estaba llena de coches. Como ando últimamente un poco desconcentrada, me perdí y di más vueltas que una peonza y, al final, me ví metida en un atasco morrocotudo. El personal estaba desquiciado con el calor, los humos y la hora de comer acercándose; los peatones se lanzaban a cruzar antes de que el semáforo les diera paso, aprovechando que los coches estaban parados, intentando así estar el menor tiempo posible expuestos a la solanera que estaba cayendo... los coches estaban tan atentos a aprovechar la más mínima posibilidad de avanzar medio metro que no se fijaban en si había peatones cruzando... amagos de atropello, de colisiones por alcance, el lorenzo cayendo a plomo, los tubos de escape lanzando más calor aún... agotador.
Por fín llegué a los Juzgados, y el calor se atemperó un poco, pero no mucho. Tenía que ir a la séptima planta y, desde luego, no estaba dispuesta a subir por las escaleras en esas condiciones, así que llamé al ascensor, que funciona fatal y tarda mucho. Pero con tal de no subir, prefería esperar media hora si era necesario al ascensor.
Junto a mí, a mi izquierda, esperaba otra persona, un hombre de unos 65 años aproximadamente, bien vestido y con unos papeles de Juzgado en la mano. Deduje que era abogado, porque los procuradores suelen llevar carpetas con muchos más escritos, y no era un particular porque se movía con familiaridad en el edificio.
Entonces apareció ella, una abogada de unos... ¿cincuenta años?... luego me enteré de que tenía sesenta (muy bien llevados). Rubia, con mucha "personalidad" y muy marcada. Llevaba un vestido veraniego oscuro, con falda de vuelo que movía con mucha gracia, y unos taconazos de los de infarto. Iba caminando con paso muy resuelto, seguida por dos personas, a las que iba explicando en voz muy alta y con acento sureño lo que iban a hacer ahora, y qué paso era el proximo en el procedimiento. Llevaba una carpeta en un brazo. Sin duda, era una abogada.
Se sentó con sus clientes en el banco inmediatamente detrás nuestra, y entonces reconoció al hombre que esperaba junto a mí el ascensor. Se acercó a él dando saltitos y le dio como una especie de achuchon-abrazo, y abriendose también un poco hacia donde yo estaba de manera que me hacía partícipe de lo que iba a decir, soltó... "Hombre, qué tal!... Qué gusto verte... ¿sabes lo que hacen las mujeres de la cárcel de (no se donde dijo, un lugar)?"... y el hombre contestó con un lejano acento sudamericano: "Hola... pues no, no lo sé, dimelo tú". "¡Les enseñan las tetas! ¿qué te parece? ¡las tetas!... y están ¡que se suben por las paredes!..." Y se rió de forma escandalosa, volvió al banco, recogió su carpeta y a sus clientes y tomó el pasillo de la izquierda caminando como llegó: con mucho aire, moviendo las caderas y hablando y riendo en voz muy alta.
El señor a mi izquierda me miró como interrogante... pensé que buscaba algún comentario mío, así que le dije... "tendrán calor las pobres"... Pero entonces me di cuenta de que lo que buscaba en mí era cuál era mi opinión sobre el abordaje que le había hecho la rubia abogada escandalosa, como si quisiera excusarse. Y entonces, me contó que él era abogado, peruano, que había llegado a este pais en verano de 1975, y que la conoce desde entonces... que siempre ella había sido así, muy bromista, y que incluso él le había retirado la palabra durante tres años debido a que, yendo con su esposa, habían coincidido con ella en dos ocasiones y ella lo había puesto en un aprieto ante su señora: una vez le echó mano al paquete y otra le había plantificado un beso en la boca, lo cual le ocasionó sendos problemas con su mujer.
Y me contó que ella, que ya es abuela y no volverá a cumplir los sesenta, está ahora un poco más moderada, pero le gusta provocar a la gente y es feliz así. De joven, la llamaban la Corchos, porque hubo una moda de zapatos con plataforma de corcho que ella siguió como una buena fashion victim: al parecer llevaba unos zapatos que era más fácil hundir un petrolero que a ella.
Me resultó simpática la situación y los personajes, así que se me alegró un poco la mañana. Y la Corchos, pues tan feliz que iba por el Juzgado, haciendo su trabajo, riéndose de la vida, bromeando a los colegas y, sobre todo, poniéndoles en evidencia frente a terceros, que es lo que le gusta. Y eso que según este señor, ya está mucho más moderada. Será la edad.

jueves, 26 de junio de 2008

El compromiso, las relaciones y el espejo social.

En casi todas nuestras acciones intentamos mirarnos en el espejo social, y tendemos a hacer lo que es "normal" que hagamos en funcion de nuestra edad, sexo, formación o posición económica, atendiendo a lo habitual en nuestro grupo de referencia. Y mantenemos nuestras relaciones con nuestro entorno también mirándonos en ese espejo social del que emana la imagen del individuo prototipo de ese grupo de referencia, que reúne todas las características mayoritariamente aceptadas en dicho grupo.

Ello nos facilita la vida, el hombre es un ser social, porque nos permite no tener que estar continuamente tomando decisiones sobre lo que debemos hacer o no. Basta con seguir la "norma" o el criterio imperante.

Pero lo que no podemos permitir, en mi opinión, es que ese espejo social que nos sirve de parámetro sea algo más que eso; no podemos permitir que se convierta en una losa que nos impida tener reacciones o comportamiento que realmente son lo que nos haría felices.

Esto se ve, también en mi opinón, en las relaciones y el compromiso. Cuando dos personas se gustan e inician una relación, pronto empiezan a adoptar los modos y comportamientos que ven en el espejo social de su grupo de referencia, y de una semilla anárquica y sin reglas iniciales en el que la base es el compromiso particular de ambas personas como quiera que lo hayan establecido, se ven, con el paso del tiempo, avanzando en la dirección que "se supone" tiene que llevar la relación. Pero siendo el compromiso particular de cada pareja lo que determina su relación, lo que le ha dado origen, si se sustituyen poco a poco dichos pactos por la regulación habitual del grupo de referencia, llega un momento en el que los implicados pueden no saber donde están, qué es lo que quieren, por qué llegaron ahí...

Yo tuve un novio muchos años. Nuestra relación duró trece años y medio. Cuando empezamos eramos muy jóvenes, yo 17 y él 18 años. Me lo pasaba muy bien con él, porque era muy ocurrente y divertido. Teníamos una buena complicidad en muchas cosas y confianza recíproca en algunos elementos de la relación que ambos consideramos esenciales. Mi rol era muy libre, porque así lo habíamos acordado, por lo que yo me sentía muy independiente y cuando estaba con él era porque ambos queríamos.

Fueron pasando los años, y nos fuimos "poniendo viejos". Empezamos a hacer, poco a poco y cada vez más, lo que se esperaba de nosotros. Terminamos los estudios y nos fuimos a vivir juntos, y nuestra relación se regia por las normas típicas de nuestro entorno. En ese momento, yo ya no hacía lo que yo quería, sino lo que se debe hacer... y supongo que él también. Fue una etapa muy gris de mi vida, y no por su culpa (libreme yo de decir tal cosa), sino porque no fuimos capaces de renovar el compromiso mutuo con la frecuencia necesaria, y fuimos perezosos o inconscientes optando por aceptar como propias de nuestra relación las normas que veíamos en el espejo social.

Lo triste es que un día yo planteé un paso definitivo, también siguiendo la lógica de lo "esperado": ya tenía treinta años y debía tener un hijo. Yo creo que en ese momento, él se dio cuenta de que, siendo lo que "nos tocaba" hacer, algo en su interior le decía que no era el siguiente paso. Y se fugó. Casi literalmente, huyó. Diciendo que quería que nos trasladásemos a su ciudad natal antes de dar ese paso, marchó a ella de prospección una semana, que luego resultaron tres. Al final de la tercera semana, me llamó diciéndome que no volvía, y que no quería hacerse responsable de condicionar tanto mi vida como para que me trasladara de ciudad. No quería ser el responsable de mi vida, como si yo no fuera capaz de decidir mi propia vida y asumir las consecuencias... y quizá no lo era.

Todos mis esquemas se vinieron abajo, porque no entendía nada de lo que estaba pasando, pero más tarde ví que era la única situación posible si tomas como propio un "compromiso standard" sin pararte a pensar que realmente es eso lo que quieres hacer. Y empecé a sentirme liberada porque, como si se me hubiera roto un cristal en la frente, me di cuenta de repente que había estado haciendo, no lo que yo queria, sino lo que yo creía que "tocaba". Por ello, desde entonces, hago sólo aquello que quiero hacer. Y cada paso que doy, lo pienso y lo decido sin prestar ninguna atención a cómo deberían ser las cosas. Y no pretendo que nadie se comprometa a algo conmigo sólo porque "es lo que toca", porque eso no me sirve para nada.

En cambio, es muy satisfactorio saber que estás precisamente donde quieres estar, con quien quieres estar, cuando quieres estar y como quieres estar. Y es aún mejor saber que tu pareja está en el mismo punto.

Cada uno es libre para decidir qué es lo que quiere, y en qué se quiere comprometer, hasta qué punto y cómo. La única regla, es estar de acuerdo, y a partir de ahí, las normas se las da cada uno. Es lo que siempre se ha dicho: cada relación es distinta, cada pareja es un mundo... Y creo que esta liberación del espejo social avanza se va generalizando en nuestros días, y vemos proliferar parejas LAT (living apart together) o parejas swingers, que apartándose de los convencionalismos sociales como la obligación de convivencia o la de la monogamia sexual, logran alcanzar un punto de confianza mutua excepcional porque se desarrollan a partir de un compromiso real.

lunes, 23 de junio de 2008

Lugares comunes

Siempre me ha maravillado cómo la mayoría de los hombres, aficionados generalmente al fútbol, no necesitan buscar un tema de conversación para iniciar una charla en cualquier parte con otro hombre: entran en un bar, y comentan del partido de ayer, adquiriendo en décimas de segundo el tono que se emplea cuándo se habla con alguien conocido de toda la vida, y dando por sentados y sabidos determinados temas ... Hoy, que he tenido que ir a hacer unas gestiones, al entrar en una cafetería a tomar un café, he presenciado la conversación generalizada que se iba desarrollando entre el público que entraba, mayoritariamente hombres, sobre la victoria de ayer de la selección española. Y es que los partidos de la selección los ven incluso quienes no son aficionados al fútbol, por lo que el día después la charla es monotemática. La conversación sobre fútbol es un lugar común para una charla masculina.

He llegado al Juzgado y, al ir a presentar un escrito, delante mía había una mujer presentando varios escritos; probablemente era procuradora. Iba escoltada a cada lado por un niño, de una edad aproximada entre siete y nueve años respectivamente. Mientras ella organizaba las copias y la funcionaria le sellaba los escritos, los niños le iban diciendo... "mamá, mamá, y ahora ¿a dónde vamos?"... La madre les iba respondiendo... "a otro sitio, y luego ya, nos vamos a casa y bajamos a la piscina".

Al marcharse y tocarme el turno a mí, la funcionaria no pudo evitar mirar de reojo a la procuradora que se marchaba con su corte infantil, y arqueando las cejas y levantando la mirada con un gesto de resignación y media sonrisa en la cara, parecía que estuviera pensando... "ay que ver, esta pobre, que se tiene que traer a los niños a trabajar con ella... como es verano y se ha terminado el cole.. si es que.."

Cuando dirigió la mirada hacia mí, le dije... "... si es que así no se puede, tenemos que estar en todos los frentes"... La funcionaria, sin perder esa sonrisa resignada, me decía: "uy, si es que tenemos que hacer de todo, en cambio... siempre se libran, no sé cómo lo hacen". Y yo: "esto nos pasa porque al final, terminamos haciéndonos cargo de las cosas; si no las hiciéramos, otros correrían para hacerlas"... Y así, tuvimos una breve charla sobre las excesivas funciones de la mujer que asume un rol de profesional o mujer trabajadora: madre, esposa, currante, mientras que los hombres han visto ampliadas sus tareas, pero proporcionalmente menos que las mujeres.

Y entonces me di cuenta de que estaba hablando con ella como si la conociera de toda la vida, y que estaba dando por sentados y sabidos determinados temas... Siempre es fácil mantener una charla con una absoluta desconocida si el tema de conversación es la sobrecarga de trabajo de la mujer, y el escaqueo masculino. Por lo que se ve, es el lugar común de las mujeres ¡qué cosas!

sábado, 21 de junio de 2008

¡¡¡Llegó el verano!!!

¡¡¡Si ya sabía yo que llegaría!!!... Ya está aquí, con su calorcito, que este año se hacía esperar ya... Pero al final, tomaremos cañitas en las terrazas urbanitas y nos parecerá de nuevo todo más liviano, menos grave... Parece que con el calor se relajan las costumbres y las personas, y perdemos el interés en pelear o discutir cosas que ya no tienen sentido cuando lo que sugiere la calle es, simplemente, disfrutar.
Bien, pues disfrutemos este verano en la ciudad :)

Joe Cocker - Summer in the City

viernes, 20 de junio de 2008

Pablo Neruda - Poema # 20


Navegando por Youtube encontré este poema de Neruda... ¿quién no lo conoce? Es cierto que es todo un clásico ya, pero de vez en cuando está bien recordar a los maestros de la palabra.


Me fascina esa capacidad para condensar en dos líneas un sentimiento tan intenso.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Iré colgando más poemas, especialmente si son recitados por su propio autor. Me gustan mucho.

Aventurillas profesionales: el médico Florente.

Un día tuve que ir a un pueblo pequeño cercano a la ciudad en la que vivía hasta hace cuatro años, a ver a un cliente que no podía trasladarse a mi despacho porque estaba incapacitado para ello. Se trataba de un accidente de tráfico en el que mi cliente, recién venido de Granada, había sufrido graves lesiones en las piernas y le costaba mucho caminar, y siendo de una familia de muy pocos medios, no podía tomar un taxi hasta mi ciudad, ni ninguno de sus hijos podía llevarle.


El pueblo estaba situado a unos cuarenta kilómetros de distancia, y yo, a fin de que no me cortara el ritmo de trabajo del día, decidí ir allí a ultima hora. Como una es "profesional liberal", (y lo que yo no haga, nadie lo va a hacer y, lo que es peor, nadie lo va a pagar), al final, entre terminar un escrito, hacer unas llamadas y consultar unas sentencias, se me hicieron las nueve de la noche. Pero le había comentado al cliente que me pasaría tarde, así que no me preocupaba la tardanza.

Era invierno y, por tanto, noche ya cerrada; yo salí ufana con mi coche, tomé la autovía, pasé el puerto, tomé el desvío, luego el otro desvío... llevaba mi plano de la calle en el salpicadero para poder localizar la casa, así que, después de un par de vueltas, encontré la vivienda. Aparqué y, con los trastos de faena, me bajé del coche y me acerqué a la puerta.

Se trataba de una típica casa baja de pueblo, modesta, con la pared estucada en marrón y rejas de aluminio en las ventanas. Llamé y me abrió una niña de unos doce años, que no podía negar que era gitana, y de las guapas además. Así que entonces me ubiqué, mi cliente, con quien únicamente había hablado con él por teléfono debido a su problema de movilidad, era gitano, lo cual me exigía adoptar una serie de precauciones destinadas, fundamentalmente, a no dar una mala impresión al cliente. Los payos y los gitanos no tienen los mismos criterios para estas cosas, y para un gitano, tratar un asunto propio con un payo le genera desconfianza, y si es mujer aún más.

Me invitaron amablemente a pasar y entré en lo que debía ser la estancia principal de la vivienda, un salón grande con una gran mesa de camilla en el centro, rodeada de muchas sillas, por lo menos ocho, y cubierta con un mantel de hule. Sobre la mesa, restos propios de la vida cotidiana: una taza de café vacía, un cenicero usado, el folleto de un hipermercado.

Miré a mi alrededor con un poco de disimulo, para ubicarme en el escenario, y pude ver una cocina al fondo con la cacharrería de la reciente cena, y en una esquina del salón, una chimenea con el fuego prendido y unas trébedes para calentar o cocinar. La habitación estaba llena de personas de todas las edades: mi cliente y su mujer, estaban sentados a la mesa, en un lugar preferente en cuanto al control visual de toda la habitación. A un lado de la mesa, otra niña, esta de unos nueve años, escribía sobre un cuaderno algo que debían ser los deberes del cole. De pie, en actitud expectante hacia mí, ví a varias personas adultas, por lo menos ocho, todos ellos de edades entre veinte y cuarenta años que identifiqué como hijos de mi cliente y sus conyuges; entre sus piernas y por toda la habitación correteaban niños en número indeterminado (se movían mucho y yo tenía que concentrarme en mi cliente) unos descalzos y otros no, todos muy pequeños, con pañales o con las verguenzas al aire, pero en todo caso, armando un buen griterío infantil.

Con este vistazo somero al escenario y a la concurrencia, me dirigí directamente hacia el mayor de los presentes, que se levantó al verme acercarme. Le extendí la mano, le di las buenas noches y le llamé por su nombre. Me respondió con un "Buenas noches, señá abogá"; su voz la conocía y su acento de Granada también, así que me dí un minipunto por el acierto, aunque no era difícil. Seguidamente, y para no faltar a nadie, hice lo mismo con su mujer, y erguida me dirigí a la concurrencia para hacer un saludo general que creo que fue bien acogido.

Me invitaron a sentarme y me preguntaron que qué quería tomar... Ops, esa contingencia no la había contemplado; las condiciones de higiene de la vivienda no me convencían y no quería hacer un feo, así que, entre café y agua (que fue su oferta) elegí café por aquello de que el agua tiene que hervir.

Pasamos ya directamente a tratar del asunto que me llevaba allí; todo el mundo escuchaba en silencio y hacía de vez en cuando alguna pregunta, como si el asunto fuera un tema de todos ellos: todos escuchaban y todos opinaban. Menos, claro está, los niños que seguían por la estancia haciendo de las suyas.

Fue una conversacion de lo más normal en estos casos: yo les explico la visión del asunto, y voy preguntando algunos detalles que quizá no conozco y puedan tener interés. Los allí presentes, entre todos, hacían memoria de lo que había pasado o no. Y todo iba bien, hasta que salio el tema del médico forense: mi cliente ya tenía el informe del médico forense, se lo habían hecho en Granada. Sobre ese informe, yo tenía que cuantificar la indemnización para decirle cuánto ibamos a reclamar a la compañía aseguradora contraria. Era, por tanto, el núcleo del asunto y el motivo de que todos estuvieran tan implicados en el mismo.

En ese punto álgido de la conversación, yo me suelo encontrar muy concentrada y en tensión, porque es especialmente importante conocer la opinión del cliente y qué es lo que quiere hacer, y debo asegurarme de que comprende bien el meollo de la cuestión.

Pues así estaba yo, tan concentrada y tan seria, cuando la mujer de mi cliente decidió hablar, para decirme... "noooo, si ya le decía yo a mi marío que sería lo que el médico florente dijera..." y ¡zas! perdí la concentración y por unos segundos entré en pánico porque creí que no iba a ser capaz de controlar la sonrisa. Y no es que me haga gracia que haya personas que digan "florente" en lugar de "forense", porque creo que no todos hemos tenido la fortuna de estudiar y que la sabiduría no está necesariamente en los libros. Pero tenía tanto interés en lograr el respeto de ese clan, que nada más que pensar en que si me reía lo fastidiaría todo me provocaba una risa difícilmente contenible.

En esas situaciones, me suele pasar además, que me da por mirarme a mí misma y preguntarme... ¿qué haces tu aquí, a estas horas de la noche, metida en una casa llena de personas cuyas normas sociales son tan distintas a las de tu entorno, tomando un café a duras penas, rodeada de gente que puede ofenderse contigo si se te escapa la risa en este momento?... Me meto en unos lios... Hice un esfuerzo como pocos he hecho en mi vida para no reirme, y pronuncié yo una frase con la palabra "forense" por si alguen tomaba nota, pero en vista de que insistían en ponerle ese apodo, tuve que optar por evitar la palabrita, no fuera a ser que pensaran que era yo quien no sabía decirla, porque ¿qué clase de abogada no sabe pronunciar bien médico "florente"?.

Conseguí salir del trance de la hilaridad peligrosa y volver a centrarme en el tema, esta vez añadiendo un especial cuidado a no ponerle apellido alguno al médico, y concluí la visita. El asunto salió bien, finalmente el hombre cobró la indemnización que le correspondía según indicaba el informe del médico... ya no se si es forense o florente... dejémoslo en el médico del Instituto de Medicina Legal.

Y ahora, cada vez que tengo que hacer un escrito haciendo referencia al médico forense o pronunciarlo en sala, incluso al escribir este post, me acuerdo de aquello y no puedo evitar que, al menos una de las comisuras de mi boca, se entorne un poco hacia arriba, en media leve sonrisa. Y aunque de mi boca salgan las palbras "médico forense", en realidad, en mi cabeza el eco que resuena es el de "médico florente".

martes, 17 de junio de 2008

Los vicios justificativos

A veces, las personas tenemos que autoconvencernos de alguna milonga para poder sobrellevar nuestra vida, llena de trampas y dificultades... Cada uno gestiona sus cuitas como buenamente puede, y casi nunca se puede juzgar la forma en la que otras personas consiguen sobrellevar sus problemas. Digo casi nunca, porque la frase de "la vida es muy dura" no puede amparar nunca comportamientos que supongan daños a otras personas, y para eso actúa cuando es necesario, el Derecho Penal.

Pero fuera de esos supuestos extremos, la increible variedad de soluciones que se adoptan es increible. Muchas veces, esa solución pasa por buscar, para los acontecimientos que nos preocpan o no comprendemos, explicaciones de lo más pergrinas o extrafalarias que nos permitan convivir con la realidad que nos ha tocado vivir. A veces, son creadas por nosotros mismos, y otras veces nos vienen dadas por algún profesional.

Yo, por ejemplo, tengo una acusada tendencia a buscar una explicación al comportamiento ajeno que me permita mantener un buen concepto de esa persona en cuestión; supongo que se debe a que quiero mantener la fe en el género humano, a falta de creencias religiosas, y por ello es rara la ocuasión en que yo catalogo a una persona como "mala". Otras veces, tiendo a buscar una explicación alternativa a la que me dan, sencillamente, porque la que me dan duele y quiero sobrevivir... Y cuando son circunstancias que no dependen de nadie, sino del simple infortunio, intento pensar en que, como decía el poeta, "todo pasa y nada queda".
Recientemente he conocido una historia de un familiar, cuyo hijo, ya adulto, presenta una conducta conflictiva, extraña y difícilmente soportable por su familia; la explicación la ha encontrado a través de una especie de "investigación astral" a través de un "profesional", llegando a la conclusión de que su hijo es así porque los hermanos no nacidos de su padre le atormentan... Y se queda tan ancha ella con su explicación porque, además, tiene (según dice) el beneplácito de su sobrina, que viene siendo otra "paciente" del susodicho profesional, y de cuya palabra nadie duda porque es una brillante neuróloga. Se trata de una familia aficionada a meigas y espíritus.
Está claro que las explicaciones peregrinas para nuestros males no son directamente proporcionales a nuestra formación cultural o científica, sino que debe estar más relacionado con lo que hemos aprendido desde niños en casa, lo que se respira en nuestro ambiente.
Miro así a mi alrededor, y me doy cuenta de que mi madre siempre tiene una explicación para la forma de comportarse de todo el mundo: a ese lo que le pasa es que tiene miedo a madurar, a aquel otro, que le falta la referencia paterna en su infancia, al de más allá... ha padecido sobreprotección de niño...
Concluyo, por tanto, que el psicoanálisis ajeno es nuestro vicio justificativo familiar, claramente... y por eso yo siempre busco explicaciones al comportamiento de las personas que me rodean de esa manera...



Y escribiendo esto veo que... ¡lo he vuelto a hacer!... esta vez conmigo misma, si. ¿Será posible que una persona altere voluntariamente sus vicios justificativos?

jueves, 12 de junio de 2008

El vértigo de la vida.

Hoy he estado reflexionando, entre escrito y escrito, en el miedo que tenemos las personas a abordar nuevas etapas en nuestra vida.
Ando dándole vueltas los últimos días y cavilando sobre ello, me he dado cuenta de que yo andaba un poco "dormida en los laureles", porque llevo varios años en una situación muy cómoda, y especialmente el último año: hace cuatro años, me separé y me trasladé de ciudad, llevándome a mi hijo conmigo a vivir a casa de mis padres. Ni que decir tiene que me ha venido de perlas, sobre todo al principio, porque lo que necesitaba yo en esa ruptura era un poco de tranquilidad y seguridad. Si a eso se añade el soporte logístico que aporta una madre de las de antes... miel sobre hojuelas. Pero además, si tenemos en cuenta que durante los últimos catorce meses he disfrutado de una relación con un hombre muy estimulante que, además, no me suponía renunciar ni a mi comodidad del hogar familiar, ni a mi tiempo con mi hijo, ni a mi trabajo...


Sin embargo, hoy me he puesto a reflexionar en mis miedos y en mi situación, en por qué la estoy dilatando.


Hasta ahora, tenía motivos para permanecer en casa de mis padres: mi hijo era muy pequeño, mi trabajo muy acaparador y yo saliente de una ruptura que me ha tenido en "orsay" casi dos años. Sin embargo, pensé ¿realmente ahora son obstáculos invencibles o es que estás muy cómoda? Ahora mismo, la verdad es que mi hijo ya tiene seis años y no es un bebé, cuento con mi madre para seguir echándome una mano con él, y yo estoy francamente recuperada de mi ruptura hace ya mucho tiempo.


¿Qué sucede entonces? Vértigo. Eso es lo que pasa. Me he sentido, de repente, como me sentí la primera vez que me "emancipé". Me he dado cuenta de que lo que me pasa es que me da miedo de nuevo asumir toda la responsabilidad que supone llevar una casa. Y me he dado cuenta, también, de que tengo un compromiso con mi hijo que no puedo postergar: necesita su casa. No es que esté mal con la abuela, es que si le pides que te dibuje a su familia, pinta a dos madres. Ya está bien de hacer de vice-madre (mi madre es la jefa, claro) cuando no hay, realmente, necesidad de ello. Las situaciones transitorias no se pueden mantener eternamente; eso también lo he aprendido recientemente.


Agradezco infinito a mis padres el cable que me han echado. Ellos lo saben. No podría haber sobrevivido sin su apoyo. Pero, como decía una amiga "una mujer tiene que hacer lo que una mujer tiene que hacer". Y yo tengo que buscar un piso y construir un hogar para mí y mi hijo, porque él y yo somos una familia.


Cierto es que llevo desde comienzos de año preparando este momento, porque parte del mismo lo he centrado en conseguir elevar mi nivel de ingresos para poder tomar esta decisión con un poco de más tranquilidad, de forma que, aunque me tenga que recortar el presupuesto de ocio, sea algo llevadero. Pero me había inventado ya no sé qué excusa (tan absurda seguro, que ni la recuerdo) para retrasar la decisión hasta fin de año. Ha sido la reflexión sobre el miedo ajeno a la vida lo que me ha hecho ver mi propio bloqueo.


Así que, llegada a este punto y con esa determinación en mente, justo después de hablar con un amigo y antes de irme de la oficina, sin pensarlo dos veces para que no se me pasara el ataque de valentía, he llamado a un amigo que tiene una agencia inmobiliaria para que me busque un piso majo; esta era la llamada que iniciaba el camino sin retorno, porque sabía que este amigo, que me quiere mucho, está esperando mi llamada desde hace tiempo. Y sabía que me diría lo que me dijo: "Tengo tu piso ideal, se queda libre a mediados de julio: dos dormitorios, con un amueblado precioso, dentro de tu presupuesto y, sobre todo, muy cerca de tu madre ;-)"


Qué vértigo y qué bien me siento. El miedo es prudente, en tanto que nos ayuda a meditar nuestros próximos pasos, pero no puede paralizarte en la vida porque, lo que es inevitable, es que la vida pasa y no por quedarnos quietos el tiempo se detiene.

Es el vértigo de la vida, como una montaña rusa ¿nos vamos a quedar siempre en el tramo recto del camino que vemos? Nada puede haber tan terrible al otro lado de la curva, solo otra recta.


lunes, 9 de junio de 2008

Hay vida después de China (I)


Acabo de volver de China, donde he pasado 18 días de vacaciones. Aunque todo ha sido muy chocante y estoy un poco desorientada, creo que empiezo a tener perspectiva sobre los últimos acontecimientos de mi vida, y empiezo a sacar unas primeras conclusiones sobre todo lo que mi periplo chino ha significado, que no es poco.

Y no me refiero sólo a lo que es aquel pais, al que creo que no se le puede llamar así, puesto que en realidad es otro mundo, sino a mis circunstancias personales y efectos que el viaje ha tenido en mi vida, que son muchos y variados, y que creo que me permiten aprender un poco más quién soy yo y saber mejor qué es lo que quiero.

Es un viaje muy recomendable, sobre todo si se hace auto-organizado e intentando mezclarse un poco, dentro de lo prudente, claro; así he tenido la suerte de hacerlo yo, gracias a dos amigos que se lo trabajaron de forma minuciosa. No llevábamos guía y negociábamos directamente las compras de los billetes, alojamientos, y excursiones, pero a pesar de ello, sabíamos en cada momento donde estábamos, hasta cuánto debíamos pagar, y cuál era nuestra siguiente estación.

No puedo decir que China sea un lugar bonito o feo... de entrada porque es muy grande y mi viaje fue muy limitado: Pekin, Lou Yang, Xi'an, Chongqing, Shangai. Me veo incapaz de emitir una valoración estética sobre un sistema tan diferente porque sería siempre superficial y banal: todo es distinto y extraño allí, desde los cimientos más básicos de su estructura de pensamiento, y se observa un orden de prioridades que nos resulta ajeno e incomprensible, al menos para mi.

Comer, por ejemplo, no es en sí mismo un hecho importante en su vida diaria, salvo por lo que tiene de sustento al cuerpo, pero se les puede ver comer en cualquier rinconcillo, de pie, sentados o en cuclillas...

No digo que no utilicen la comida para celebrar, sino que de forma cotidiana no celebran la comida. Llegamos a ver a dos chinos comiendo un cuenco de fideos en un telesilla...

De la misma forma, no tienen ninguna atención sobre el aspecto externo de sus posesiones materiales individuales: su coche, sus casas, sus bicicletas... se ven sucias y descuidadas. Sin embargo, los espacios comunes de la calle estan normalmente muy cuidados, son muy utilizados y están atendidos... Tienen una gran aficion por las plantas, los jardines y las piedras con formas caprichosas, a las que colocan en lugares preferentes como si fueran esculturas.

Tampco su relación con el trabajo es como la occidental, ya que ellos parecen no distinguir entre su vida personal y familiar y el trabajo: aunque no llegué a saber si viven donde trabajan o trabajan donde viven, lo que si me di cuenta es de viven trabajando, y son lo que trabajan. No sé si con esto de la globalización llegará el final de ese concepto, o si por el contrario, dada la riqueza y tamaño de ese pais, terminarán dominando el mundo... desde luego, si la conquista se hiciera trabajando, la victoria sería suya.

Las mujeres chinas, por lo menos las de ciudad, son muy femeninas. Se cuidan mucho de que el sol no oscurezca su piel y llevan sombrillas; les gusta llevar bordados, lazos y piezas brillantes en ropa y accesorios. Su combinación de colores no se parece a la que impera aquí, al menos en mi entorno, y pueden calzarse unos preciosos zapatos de charol azul rabioso con un vestido de color verde botella sin ningún elemento que coordine ambos. Lo más llamativo de todo es la atención que prestan a sus pies, ya que de una forma u otra es inevitable dirigir tu mirada a ellos: tacones imposibles, lazos y pedrería, materiales transparentes y dorados. Por otra parte, sus gestos suelen ser de apariencia delicada y tímida, tanto que da una sensación de sumisión un poco escalofriante. Sin embargo, he tenido la oportunidad de ver a alguna un pelín enfadada y no se reprimen nada.

(Auténticos pies de china)


Todo es tan distinto, y sin embargo, su vida es tan igual a la nuestra... Yo me tengo por ser una persona muy adaptativa, pero aún no cierro mi boca de asombro al comprobar como ciertos elementos que integran de forma incuestionable mi forma de vida, en realidad no lo son.

Este viaje no solo me ha aportado lo que se deriva de visitar jardines, palacios y templos, sino que me ha permitido hacer una pequeña introspección de mi forma de vida y encontrarme con una estructura que, por haberme sido obvia hasta ahora, conocía. Supongo que para un antropólogo todo esto es una perogrullada, claro, pero a mí me ha hecho sentirme extranjera de verdad por primera vez en mi vida: cuando nuestro avión llegó a Frankfurt ya me sentía como en casa, y eso que nunca he visitado Alemania.

Claramente, soy occidental, y ahora sé qué es lo que significa esa palabra.