lunes, 9 de junio de 2008

Hay vida después de China (I)


Acabo de volver de China, donde he pasado 18 días de vacaciones. Aunque todo ha sido muy chocante y estoy un poco desorientada, creo que empiezo a tener perspectiva sobre los últimos acontecimientos de mi vida, y empiezo a sacar unas primeras conclusiones sobre todo lo que mi periplo chino ha significado, que no es poco.

Y no me refiero sólo a lo que es aquel pais, al que creo que no se le puede llamar así, puesto que en realidad es otro mundo, sino a mis circunstancias personales y efectos que el viaje ha tenido en mi vida, que son muchos y variados, y que creo que me permiten aprender un poco más quién soy yo y saber mejor qué es lo que quiero.

Es un viaje muy recomendable, sobre todo si se hace auto-organizado e intentando mezclarse un poco, dentro de lo prudente, claro; así he tenido la suerte de hacerlo yo, gracias a dos amigos que se lo trabajaron de forma minuciosa. No llevábamos guía y negociábamos directamente las compras de los billetes, alojamientos, y excursiones, pero a pesar de ello, sabíamos en cada momento donde estábamos, hasta cuánto debíamos pagar, y cuál era nuestra siguiente estación.

No puedo decir que China sea un lugar bonito o feo... de entrada porque es muy grande y mi viaje fue muy limitado: Pekin, Lou Yang, Xi'an, Chongqing, Shangai. Me veo incapaz de emitir una valoración estética sobre un sistema tan diferente porque sería siempre superficial y banal: todo es distinto y extraño allí, desde los cimientos más básicos de su estructura de pensamiento, y se observa un orden de prioridades que nos resulta ajeno e incomprensible, al menos para mi.

Comer, por ejemplo, no es en sí mismo un hecho importante en su vida diaria, salvo por lo que tiene de sustento al cuerpo, pero se les puede ver comer en cualquier rinconcillo, de pie, sentados o en cuclillas...

No digo que no utilicen la comida para celebrar, sino que de forma cotidiana no celebran la comida. Llegamos a ver a dos chinos comiendo un cuenco de fideos en un telesilla...

De la misma forma, no tienen ninguna atención sobre el aspecto externo de sus posesiones materiales individuales: su coche, sus casas, sus bicicletas... se ven sucias y descuidadas. Sin embargo, los espacios comunes de la calle estan normalmente muy cuidados, son muy utilizados y están atendidos... Tienen una gran aficion por las plantas, los jardines y las piedras con formas caprichosas, a las que colocan en lugares preferentes como si fueran esculturas.

Tampco su relación con el trabajo es como la occidental, ya que ellos parecen no distinguir entre su vida personal y familiar y el trabajo: aunque no llegué a saber si viven donde trabajan o trabajan donde viven, lo que si me di cuenta es de viven trabajando, y son lo que trabajan. No sé si con esto de la globalización llegará el final de ese concepto, o si por el contrario, dada la riqueza y tamaño de ese pais, terminarán dominando el mundo... desde luego, si la conquista se hiciera trabajando, la victoria sería suya.

Las mujeres chinas, por lo menos las de ciudad, son muy femeninas. Se cuidan mucho de que el sol no oscurezca su piel y llevan sombrillas; les gusta llevar bordados, lazos y piezas brillantes en ropa y accesorios. Su combinación de colores no se parece a la que impera aquí, al menos en mi entorno, y pueden calzarse unos preciosos zapatos de charol azul rabioso con un vestido de color verde botella sin ningún elemento que coordine ambos. Lo más llamativo de todo es la atención que prestan a sus pies, ya que de una forma u otra es inevitable dirigir tu mirada a ellos: tacones imposibles, lazos y pedrería, materiales transparentes y dorados. Por otra parte, sus gestos suelen ser de apariencia delicada y tímida, tanto que da una sensación de sumisión un poco escalofriante. Sin embargo, he tenido la oportunidad de ver a alguna un pelín enfadada y no se reprimen nada.

(Auténticos pies de china)


Todo es tan distinto, y sin embargo, su vida es tan igual a la nuestra... Yo me tengo por ser una persona muy adaptativa, pero aún no cierro mi boca de asombro al comprobar como ciertos elementos que integran de forma incuestionable mi forma de vida, en realidad no lo son.

Este viaje no solo me ha aportado lo que se deriva de visitar jardines, palacios y templos, sino que me ha permitido hacer una pequeña introspección de mi forma de vida y encontrarme con una estructura que, por haberme sido obvia hasta ahora, conocía. Supongo que para un antropólogo todo esto es una perogrullada, claro, pero a mí me ha hecho sentirme extranjera de verdad por primera vez en mi vida: cuando nuestro avión llegó a Frankfurt ya me sentía como en casa, y eso que nunca he visitado Alemania.

Claramente, soy occidental, y ahora sé qué es lo que significa esa palabra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de que estés de vuelta bien, a ver si nos vemos y me cuentas con más detalle y con una caña.

israel dijo...

Siempre he querido viajar al extranjero, dicen que te ayuda a ver las cosas en perspectivas, que de alguna manera te cambia pero por una u otra razón no he podido aunque más bien debería decir que no me he atrevido.

Cuando estudiaba inglés quiería viajar al extranjero pero nunca lo hice y luego cuando pude viajar a Manchester donde estaba estudiando mi cuñado no lo hice por miedo o qué sé yo, en aquel entonces no quise y ahora me arrepiento.

Un sitio que me gustaría conocer es Tokio, me llama la atención.

Maribel dijo...

Ya hablaremos, chus ;-)
Isra... ni te lo pienses. El querer hacer una cosa y atreverse a ello proporciona una doble satisfacción: lo que hemos hecho y vencer nuestro miedo. En cuanto te pongas en órbita, date un rulo por ahí, que es muy sano. Pero sin pensarlo dos veces.
Un beso, Isra.