Ayer tuve una mañana de perros: tuve que ir al Notario, pasar por la oficina de un cliente para terminar un escrito, y luego ir al Juzgado para ver dos expedientes.
Hacía un calor increíble, y la ciudad estaba llena de coches. Como ando últimamente un poco desconcentrada, me perdí y di más vueltas que una peonza y, al final, me ví metida en un atasco morrocotudo. El personal estaba desquiciado con el calor, los humos y la hora de comer acercándose; los peatones se lanzaban a cruzar antes de que el semáforo les diera paso, aprovechando que los coches estaban parados, intentando así estar el menor tiempo posible expuestos a la solanera que estaba cayendo... los coches estaban tan atentos a aprovechar la más mínima posibilidad de avanzar medio metro que no se fijaban en si había peatones cruzando... amagos de atropello, de colisiones por alcance, el lorenzo cayendo a plomo, los tubos de escape lanzando más calor aún... agotador.
Por fín llegué a los Juzgados, y el calor se atemperó un poco, pero no mucho. Tenía que ir a la séptima planta y, desde luego, no estaba dispuesta a subir por las escaleras en esas condiciones, así que llamé al ascensor, que funciona fatal y tarda mucho. Pero con tal de no subir, prefería esperar media hora si era necesario al ascensor.
Junto a mí, a mi izquierda, esperaba otra persona, un hombre de unos 65 años aproximadamente, bien vestido y con unos papeles de Juzgado en la mano. Deduje que era abogado, porque los procuradores suelen llevar carpetas con muchos más escritos, y no era un particular porque se movía con familiaridad en el edificio.
Entonces apareció ella, una abogada de unos... ¿cincuenta años?... luego me enteré de que tenía sesenta (muy bien llevados). Rubia, con mucha "personalidad" y muy marcada. Llevaba un vestido veraniego oscuro, con falda de vuelo que movía con mucha gracia, y unos taconazos de los de infarto. Iba caminando con paso muy resuelto, seguida por dos personas, a las que iba explicando en voz muy alta y con acento sureño lo que iban a hacer ahora, y qué paso era el proximo en el procedimiento. Llevaba una carpeta en un brazo. Sin duda, era una abogada.
Se sentó con sus clientes en el banco inmediatamente detrás nuestra, y entonces reconoció al hombre que esperaba junto a mí el ascensor. Se acercó a él dando saltitos y le dio como una especie de achuchon-abrazo, y abriendose también un poco hacia donde yo estaba de manera que me hacía partícipe de lo que iba a decir, soltó... "Hombre, qué tal!... Qué gusto verte... ¿sabes lo que hacen las mujeres de la cárcel de (no se donde dijo, un lugar)?"... y el hombre contestó con un lejano acento sudamericano: "Hola... pues no, no lo sé, dimelo tú". "¡Les enseñan las tetas! ¿qué te parece? ¡las tetas!... y están ¡que se suben por las paredes!..." Y se rió de forma escandalosa, volvió al banco, recogió su carpeta y a sus clientes y tomó el pasillo de la izquierda caminando como llegó: con mucho aire, moviendo las caderas y hablando y riendo en voz muy alta.
El señor a mi izquierda me miró como interrogante... pensé que buscaba algún comentario mío, así que le dije... "tendrán calor las pobres"... Pero entonces me di cuenta de que lo que buscaba en mí era cuál era mi opinión sobre el abordaje que le había hecho la rubia abogada escandalosa, como si quisiera excusarse. Y entonces, me contó que él era abogado, peruano, que había llegado a este pais en verano de 1975, y que la conoce desde entonces... que siempre ella había sido así, muy bromista, y que incluso él le había retirado la palabra durante tres años debido a que, yendo con su esposa, habían coincidido con ella en dos ocasiones y ella lo había puesto en un aprieto ante su señora: una vez le echó mano al paquete y otra le había plantificado un beso en la boca, lo cual le ocasionó sendos problemas con su mujer.
Y me contó que ella, que ya es abuela y no volverá a cumplir los sesenta, está ahora un poco más moderada, pero le gusta provocar a la gente y es feliz así. De joven, la llamaban la Corchos, porque hubo una moda de zapatos con plataforma de corcho que ella siguió como una buena fashion victim: al parecer llevaba unos zapatos que era más fácil hundir un petrolero que a ella.
Me resultó simpática la situación y los personajes, así que se me alegró un poco la mañana. Y la Corchos, pues tan feliz que iba por el Juzgado, haciendo su trabajo, riéndose de la vida, bromeando a los colegas y, sobre todo, poniéndoles en evidencia frente a terceros, que es lo que le gusta. Y eso que según este señor, ya está mucho más moderada. Será la edad.
2 comentarios:
Conforme iba leyendo lo visualizaba todo como una escena de una película americana, esas escenas de juzgados tan típicas de Hollywood, además la "corchos" parece sacada de una peli así.
La verdad es que fue toda una escena, faltaba la claqueta. Pero es que yo "colecciono" imágenes mentales así, me gusta. Es uno de los motivos por los que inicié este blog, para escribirlos y no perderlos... Esas situaciones... Son la sal de la vida cotidiana ¿no crees?.
Un beso, Israel
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