Cuando voy por la calle a hacer gestiones, o estoy en un aeropuerto o estación o simplemente en una terraza tomando una cerveza, me gusta mirar a la gente que pasa y suelo hacer suposiciones sobre quiénes son, de donde vienen, a dónde van y cómo serán sus vidas. La mayoría de la gente no comunica nada especial, sobre todo en una ciudad grande un día de trabajo, pero a veces te cruzas con personas que, por su apariencia o su comportamiento, denotan una historia vital detrás. Y muchas veces me quedo intrigada porque me faltan datos para saber cuál es su momento vital, hasta el punto de que muchas veces me dan ganas de preguntar directamente, pero evidentemente no lo hago porque me parece de una curiosidad extrema e, incluso, una falta de respeto.
Cuando me topo con una persona que está llorando, sin embargo, me puede más la preocupación por lo que le pueda estar sucediendo que esa curiosidad, y la mayoría de las veces no evito preguntar o acercarme a ver qué puedo hacer. Tengo que reconocer que ver a una persona llorar me desarma completamente, incluso si es una total desconocida para mí (no te digo ya mis allegados) y si son varones, aún peor...
Esta mañana he reparado en una chica, bien vestida, que estaba intentando legalizar un documento en el Tribunal Superior de Justicia, como yo. Cuando la ví, me preguntaba de qué trámite estaba pendiente, y me fijé que llevaba un certificado médico en la mano. A mí me remitieron directamente al Ministerio de Justicia por el tipo de documento que llevaba´, y cuando me giré para salir, ella, me dijo... "allí nos veremos, porque yo también tengo que ir". Era una charla surgida de esa especie de vínculo que une a las personas que han de guardar la misma fila. Y le contesté... "sí, nos veremos". Al llegar yo al Ministerio, la vi salir con prisas; llevaba las gafas de sol y la saludé cuando estuvo próxima a mí. No me respondió el saludo, y me di cuenta de que iba mirando al suelo y que llevaba en la cara el rastro de una lágrima. Se me encogió el corazón: algo grave tenía que haberle pasado, porque hacía media hora se la veía muy contenta, así que me volví hacia ella y... lo hice, le pregunté.... "¿te pasa algo? ¿estás bien? ¿puedo ayudarte?"... se detuvo, me miró, y llorando sólo me dijo... "ahora me dicen que hasta mañana no estará listo". No dijo más, tomo su pena y su camino y se marchó. Y yo me he quedado toda la mañana sintiendome mal.
Y salió uno de mis recuerdos del cajón: una vez, volviendo de un viaje con unos amigos en un coche, llegamos a un accidente que se acababa de producir en la carretera nacional. Había un camión enorme parado en el margen derecho, pero en sentido contrario al de su marcha, y en el margen izquierdo una furgoneta mixta también en el sentido contrario de su marcha. Dentro de la furgoneta había dos hombres, uno de ellos fallecido y otro, el conductor, agonizando. Ni siquiera habían llegado los bomberos.
Era un escenario dantesco, cuyo culpable, según un testigo presencial al que me acercó, había sido el conductor de la furgoneta al saltarse un stop, sin que el camionero pudiera hacer nada para esquivarlo. Los chicos de mi coche se lanzaron al otro lado de la carretera a ver si podían ayudar al conductor de la furgoneta que resultó estar atrapado con el motor, e intentaron hacer palanca en la puerta y todo tipo de maniobras Pero no pudieron hacer nada y el conductor tuvo que ser excarcelado por los bomberos al tiempo que el pobre expiraba.
Sin embargo, yo había visto al camionero y no podía apartar mi vista de él: era un tipo grande, y no había tenido la culpa del accidente... sin embargo allí estaba, arrodillado junto a su camión, con las manos tapándose la cara y llorando como un niño pequeño, balbuceando palabras entre mocos y lágrimas. Me acerqué a él, pero no supe qué decirle; me pareció que nada de lo que yo le dijese podría aliviar la desesperación y congoja que sufría, así que me limité a ponerle la mano en el hombro y estar junto a él el rato que permanecimos allí.
No recuerdo su cara, ni cómo iba vestido, ni nigún detalle excepto que era un hombre grande. Pero la imagen, y la sensación de desamparo total que yo sentía al verle llorar así, no se me olvida. Es una de las postales más importantes de mi colección de recuerdos y me viene a la mente cuando veo a una persona desconocida llorar, sobre todo si es un hombre.
2 comentarios:
Madre mía, qué suceso!!! el del accidente, tuvo que ser duro.
Me da miedo la carretarea, ni siquiera tengo carnet, aunque no por eso, pero cuando algún familiar tiene que salir a la carretara me da pánico.
Esas cosas no se olvidad, de repente estás en tu furgoneta y un segundo después... es duro de llevar.
Me has recordado una cosa ahora mismo. No sé consolar a la gente, sobre todo cuanto están llorando, me supera, no sé qué decir.
Recuerdo cuando murió mi abuela, hace relativamente poco, mi madre y mi hermana empezarón a llorar ero yo seimpre reacciono de otra forma, y lo peor es que no sabía que deecirles, incluso puedo llegar a decir algo estúpido y también me cuesta llorar, me hace sentir débil y no me gusta. En el tanatorio recuerdo que salí a la calle, rodeé la capilla y me fui a llorar a moco tendido yo sólo, sin que nadie me viera, necesitaba deeahogarme, la idea de que me vieran llorar me espantaba, supongo que eso en psicología debe querer decir algo.
La noche que no enteramos, cuanto tuvimos que subir al hospital, al salir a la calle vi a mi tio, al hijo de mi abuela llorar sin parar, al principio me quedé en estado de shock, incluso llegué a pensar que estaba simulando como que lloraba, no sé, un hombretón así llorando sin parra y, sobre todo, alguien tan bromista siempre como él, fue impactante.
Cada uno encaja el dolor, la tristeza y el sufrimiento a su manera.
Fue impactante, la verdad. Pero no se le puede tener tanto miedo a la carretera porque, antes o después, hay que cogerla. Yo, de hecho, conduzco bastante; y he tenido que luchar contra ese miedo porque, al llevar tantos juicios de accidentes (antes era abogada de compañía aseguradora) cuando vas conduciendo vas viendo mentalmente las maniobras y los resultados que has leído en los atestados... Una vez tuve un juicio en el que el conductor de un camión, literalmente se tragaba a un coche: perdió el control del camión de forma extraña, el remolque le hizo tijera y se fue para el lado contrario. Ni siquiera vio al coche, lo sintió como quien pisa un resalto del asfalto. El camión quedó en la cuneta, y al bajar, el camionero vio el coche totalmente destrozado bajo la cabina. Lo peor es que era el mismo modelo y color del coche de su heramano, que a esas horas solia ir por aquella carretera... Resultó no ser él, pero no quiero ni pensar en el ratito que pasó el hombre.
A veces, para consolar basta con estar cerca. A mí me pasa lo mismo que a tí. Yo creo que a todos nos pasa. Pero siempre pienso que cuando yo he tenido problemas y he tenido personas a mi lado, aunque estuvieran calladas, siempre me ha reconfortado. Por eso yo lo hago, y si no sé que decir, no digo nada. Solo estoy. En mi trabajo, a veces tengo que levantarme y abrazar a clientas que se ponen a llorar... se pasa muy mal y el contacto humano, sencillo, sin palabras, reconforta. En realidad somos muy básicos los seres humanos.
Y creo que a todos, sobre todo a los hombres, nos cuesta llorar en público porque revela nuestra debilidad. Pero además, en situaciones de dolor, las reacciones son de lo más variopintas y todas ellas legítimas: hay quien llora como una magdalena, hay quien tiene una risa nerviosa o dice cosas inapropiadas, hay quien se pone a romper cosas, hay quien parece que está en la cola de la carne... Yo misma, que soy normalmente muy llorona, cuando se trata de un fallecimiento cercano no derramo ni una lágrima. Y eso no significa que me duela menos, es mi reacción espontánea. Puedo estar noqueada, pero ni una lágrima. En cambio en el cine, cuando se encendieron las luces de "La vida es bella", moqueaba como un bebé...
Todos somos distintos e iguales. De ahí lo interesante de las personas.
Un beso, Isra
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