martes, 26 de agosto de 2008

Mis límites

Ultimamente la palabra límite no sale de mi cabeza, continuamente me viene a la mente, bien porque la escucho decir a alguien, bien porque yo misma la empleo en alguna frase.

En realidad, las relaciones personales consisten en buena parte en marcar límites, y siempre existe una relación de poder o de tensión, (como quiera llamarse) que suele alcanzar un punto de equlibrio más o menos estable y aceptable para los implicados. A veces, sin embargo, ese punto no se alcanza y, entonces, he observado que se pueden dar dos situaciones, ambas abocadas a una ruptura total de la relación: o bien se vive en un continuo conflicto, o bien uno de los implicados se rinde desde un principio (por motivos variados) y la relación se rige por los criterios y normas de la otra parte.

Mi hermana, por ejemplo, se encuentra en la primera situación y tras once años de matrimonio y dos hijos no logra alcanzar con su marido un punto estable: ninguno da su brazo a torcer y sus discusiones y enfados son continuos. Sin embargo, continúan de acuerdo en que quieren estar juntos y permanecen en ese estado de conflicto permanente que ya es estructural en ellos. Los dos son buenas personas, trabajadores, inteligentes, generosos... El es de caracter afable, pero muy cabezota... y ella está acostumbrada a salir victoriosa siempre en las tensiones interpersonales y ser quien marca la pauta. No sé cuánto tiempo se puede vivir así, porque el desgaste que les está suponiendo es enorme. Creo que cuando no se alcanza un punto estable, y ninguno de los implicados se rinde, el final es la crónica de una muerte anunciada.

A mí, sin embargo, no me gustan nada las discusiones; creo que mi hermana y yo nos hemos retroalimentado desde pequeñas (siempre estábamos juntas), y que mi laxitud al poner límites a mi entorno en parte se debe precisamente a su carácter combativo y a mi poca afición al conflicto; y, a su vez, ésta costumbre que tiene ella de llevarse siempre "el gato al agua" deriva, entre otras razones, a que yo siempre me rendía a la primera de cambio: nunca digo "no" y no me gustan los enfrentamientos, excepto cuando trabajo porque lo requiere mi profesión.

Pero ello no significa que mi opción sea mejor, es también una mala solución, porque es evidente que yo también tengo mis límites, sólo que no los hago valer hasta que la transgresión es grave... y entonces, la única solución es, también, la ruptura.
Es cierto que mis amigos y personas más allegadas suelen ser personas respetuosas "per se" y consideradas conmigo; me siento apreciada por ellos sin necesidad de que yo me tenga que hacer valer constantemente. Por otra parte, creo que soy (o lo intento) ser también respetuosa y considerada con ellos, y una de las pocas incidencias que a mí me puede quitar el sueño es pensar que he podido hacer daño a alguien cercano. Me gusta, además, que las personas a las que quiero se desarrollen como son... de mi familia y mis amigos, me gustan hasta sus defectos, e intento no obtener de ellos lo que yo quiero sino lo que ellos me quieran dar. En resumen, suelo ser partidaria, no conscientemente sino porque me sale así, de que el equilibrio en las relaciones personales no sea el resultado de un esfuerzo por encontrarlo, sino de que surja por sí solo. En caso contrario, no son relaciones que merezcan la pena, porque la vida es de por sí misma muy cansada como para tener que estar manteniendo tensiones innecesarias.

A veces me encuentro en situaciones en las que alguien, sobrepasa mi frontera... suelo esperar, para comprobar si es algo ocasional o no lo es, buscar como siempre una explicación que me permita evitar el enfrentamiento. Por eso suelo ceder y dar tiempo...
El problema es el siguiente paso, ya que mi actitud puede dar lugar a una relación constantemente desequilibrada, en el que el otro me marca el tempo y yo, simplemente lo sigo... pero llega un momento en el que, evidentemente, se llega al último limite. Y yo no tengo escala de grises en esto: o estoy o no estoy, porque mi relación se basa, precisamente, en la confianza que tengo en que esa persona me respeta y me considera... Si llego a pensar que no es así, el hilo se rompe y, entonces, ya no tiene remedio porque esa persona deja de importarme. Directamente, sin paliativos. Para mayor agravamiento, como produce en mí un sentimiento de felpudo acumulativo, el detonante puede ser una tontería y sé de más de uno que aún está buscando la explicación a mi reacción, totalmente desproporcionada a su parecer.
Tuve un amigo en la facultad; un amigo muy amigo, pero no con grado de intimidad física (yo tenía novio por entonces), y estábamos siempre juntos: no estaba en mi clase, pero en los descansos ibamos juntos a tomar café; pertenecíamos a la misma asociación y editábamos juntos la revista. Hacíamos un buen equipo, en definitiva. A él le gustaba organizar, tenía siempre muy claro cómo quería hacer las cosas y yo no solía oponerme, si era algo que no me molestaba. Pero empezó a disponer de mí, poco a poco, y cada vez más. Cuando me dí cuenta, llevábamos un tiempo que sus asuntos eran siempre una prioridad: su agenda era siempre más importante que la mía, y si había quedado con su novia no podiamos vernos para las tareas de la edición de la revista o para cualquier otra cosa; en cambio yo, no es que dejara mi vida para seguir su ritmo, pero sí hacía concesiones para intentar que, ya que él no podía quedar tal o cual día, pudieramos quedar los días sobrantes. Empecé a sentir que recogía las sobras continuamente, y que me hacía un favor quedando conmigo... y ese sentimiento iba creando un sedimento negativo en mí hacia él. Un día, por una tontería (yo quería ir a una manifestación y él decía que era más importante para nuestra comisión de comunicación de la asociación quedarnos a la asamblea ejecutiva interfacultativa) terminé con él. Pero terminé radicalmente (de lo cual, por cierto, se alegró mucho mi novio) de tal manera que ni nos hablábamos: sencillamente, le miré a los ojos y le dije: hasta aquí hemos llegado, tú y yo no nos conocemos de nada, no me vuelvas a dirigir la palabra porque no te voy a responder. Hizo varios intentos de hablar conmigo, y yo se los negué de forma rotunda, e incluso tengo que decir que cruel porque no tuve el más mínimo miramiento. Luego, cuando me cruzaba con él por el pasillo, me miraba para ver si podia acercarse a mí, y yo le ignoraba. Pero no sentía ni odio ni rencor hacia él, sencillamente dejó de importarme y pasó a la categoría de "paisaje"... me incomodaba un poco cruzármelo por el pasillo, porque la gente me preguntaba y yo no queria ni siquiera perder el tiempo: "Pero ¿ese no era fulanito? ¿no te hablas con él? ¿no era tu amigo?"... "Tú lo has dicho. Era".
Así de sencillo. Finiquitado el problema... ¿de verdad? En absoluto. Es verdad que nunca más volví a verlo, y que además, ni siquiera le eché de menos, porque nadie echa de menos a quien no te respeta. Pero al cabo de los años, a raiz precisamente de una amiga con la que hizo yo el papel justamente contrario y se sentó a hablar conmigo, me acordé de él y me dí cuenta de que, a diferencia de mi amiga, nunca le dí una oportunidad: nunca le dije que se estaba pasando conmigo ni le dije que me hacía sentir mal. Y recordé también que habíamos sido amigos porque nos lo pasábamos bien juntos, nos aportábamos cosas, y yo le consideraba una persona honesta... y tuve la sensación de que fui yo quien no fue honesta con él, ya que un amigo se merece, por lo menos, saber si está haciendo algo que te hace daño.
¿Pueden esperar las personas que los demás conozcan nuestros límites si no los ponemos de manifiesto? Y si alguien sobrepasa esos límites ¿de quien es la culpa, del que los sobrepasa o del que lo consiente sin rechistar?. Si en lugar de tener esta actitud laxa al poner los límites hubiera hecho algún esfuerzo por marcarlos desde un principio, aunque sea teniéndome que enfadar con lo poco que me gusta, las personas que me he ido dejando en el camino, y que merecían la pena, sencillamente hubieran conocido dónde estaba la frontera y, quizá, la habrían respetado.
Por lo tanto, no es una mejor opción la mía que la de mi hermana. Más tranquila sí, pero no mejor. Como siempre, parece que en el término medio está la virtud... ni tanto como mi hermana, ni tan poco como yo... Si algo así me volviera a suceder ¿seré capaz de tener un mini-conflicto y poner las cartas sobre la mesa? Espero que sí, perder un amigo es algo que me pone muy triste, sobre todo si es por no saber yo comunicar de forma honesta mis sentimientos.

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