martes, 8 de julio de 2008

El poder de la maledicencia

Hoy, hablando con mi madre acerca de un matrimonio que viene siendo amigo de la familia desde que yo recuerdo, hemos comentado acerca de la vida tan infeliz que llevan: tienen dinero suficiente para cubrir sus necesidades, cinco hijos sanos y bien posicionados, y salud para disfrutar de todo ello. Sin embargo, sus relaciones familiares están emponzoñadas desde siempre, y la pareja totalmente rota. Hubo un día en que esas dos personas se conocieron, se gustaron y decidieron casarse. Pero la maledicencia sembró la semilla de la desdicha.

Él provenía de una familia sin necesidades, y era hijo único, pero su padre estaba marcado por el régimen anterior; nunca supimos a ciencia cierta el motivo, porque era un hecho que se ocultaba o, por lo menos, no se hablaba abiertamente. Su madre fue, para compensar, una mujer muy emprendedora y trabajadora que sacó adelante a la familia, consiguiendo amasar un dinerito y criar a su hijo muy bien acostumbrado.

La familia de ella era, sin embargo, de origen muy humilde. Su madre fue también su fuerza motriz, pero su origen humilde, el hecho de que no llegara nunca a casarse con el padre de sus hijas, que éste desapareciera (dicen que murió, pero no es una información fiable) tras la guerra, y de que ella no fuera, como su consuegra, una avispada comerciante, hizo que la familia no prosperase tanto.

Ella era una chica muy guapa, con mucho éxito con los chicos, y que trabajaba como administrativa. Tenía varios pretendientes cuando conoció al que luego fue su marido, y en particular hubo uno del que ella siempre habla, que la rondaba seriamente.

Él era un tipo apuesto, bien parecido y, sobre todo, bien colocado socialmente; muchas lo buscaban como marido en una época en la que casarse resolvía el futuro de una mujer. Ella deseaba mejorar de posición, él quería una muñequita linda como la del bolero.

Y se hicieron novios. Corrían los años sesenta y su relación evolucionó hasta la proposición de matrimonio. Se organizó toda la boda para celebrarse en la ciudad de la novia, como manda la tradición. La familia de él se trasladó allí unos días antes para asistir a la ceremonia y al convite, todo ello muy bien preparado como correspondía al nivel de la familia de él, que no reparó en gastos para suplir la carencia económica de la familia de la novia.

Todo apuntaba bien... Pero dos días antes de la boda, un conocido del novio se acercó a éste y le puso en antecedentes acerca de la catadura moral de la madre de la novia. No es que lo supiera a ciencia cierta, pero era lo que se comentaba por la zona: al parecer, no es que el padre de la novia desapareciera tras la guerra, es que nunca fue conocido ni siquiera por su futura suegra.

Esta información fue recogida por el novio, que no dijo ni una palabra a nadie. Pasó por encima de todo ello y siguió adelante con el enlace. Es posible que no le importara, que amara a su novia por encima de todo. Es posible que pensara que, al fin y al cabo, su familia también tenía cosillas que esconder... O es posible que no se viera capaz, a dos días de la boda, de poner de manifiesto semejante barbaridad como motivo de una ruptura, porque ello equivaldría a decir que había estado siendo novio de una chica licenciosa... de tal palo tal astilla, vamos.

El enlace siguió adelante, pero nunca el matrimonio estuvo bien avenido. Ella no se sentía querida, él intentó por todos los medios aislar a su mujer de su familia; quizá algún día hablaron explícitamente de todo ello, y ella asumió que su marido tenía razón. No porque su madre fuera de moral dudosa, que ella sostiene que nunca fue así, sino porque la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo. Lo que sí es seguro es que ella permitió ese distanciamiento, quizá por conservar esa posición social recién adquirida y una vida mucho más cómoda, alejada del trabajo en una oficina y dedicada al cuidado de la casa y los hijos, como tenía que ser.

Después de casi cincuenta años de matrimonio, él vive en una casa y ella en otra. Ella le acusa de haberle arruinado la vida, de haberla humillado, ninguneado, ignorado y torturado psicológicamente. Y se acuerda de aquel pretendiente, entonces un chico de oficio simplemente, que ahora es un constructor adinerado; se pregunta si a su edad sería posible enamorarse de nuevo, si cabe para ella un nuevo comienzo.

Los hijos se han educado en el desprecio recíproco que sus padres se demostraron continuamente, no con palabras, con hechos. Piensan que su madre es una histérica, creen que su padre es un tirano. Pero un tirano con dinero, así que al final, se conchaban con éste para impedir que su madre se divorcie, chantajeándola emocionalmente, incluso amenazándola con un "si pides el divorcio, conmigo no cuentes para nada".

Ella, para intentar exorcisar sus demonios, ha empezado a contar toda la verdad de su matrimonio, que en mi familia sospechábamos hace mucho tiempo a pesar de los intentos vanos de ambos de aparentar lo que no eran: una pareja feliz y adecuada a las normas sociales. De vez en cuando tiene sus bajones, y le cuenta su desgracia a mi madre. Otras veces, viene a mí para que le prepare el divorcio. A mi madre le explica lo mal que la ha tratado siempre su marido, aunque ella siempre fue muy sufrida por aquello del qué dirán. A mí, como me ve sola con un hijo y, según ella, guapa y joven (siempre se agradece), me habla de su pretendiente y de lo mucho que ella lo quería, y de cómo se dejó deslumbrar por su marido, y de su médico que la mira mucho...

Pero últimamente parece que la cosa pasa a mayores, porque ha llegado al núcleo de la cuestión y origen de todos sus males: su marido jamás perdonó aquella información que recibió casi en el altar. Casi medio siglo después, todavía se escucha el eco de aquella voz venenosa que pronunció una sentencia fatal, y que debió ser algo así como... "no quisiera yo ser la causa de un problema, bien sabe Dios, a tan pocas horas de tu boda, pero creo que debes saberlo y es mi obligación como amigo tuyo el decírtelo aunque me pese: se dice que la madre de tu novia no es trigo limpio, y que no conoce al padre de tu novia, ni al padre de tu futura cuñada..."

¿Qué habría sido de la vida de estas personas sin ese "favor" de ultima hora? ¿qué ventajas obtuvo el autor de tamaña barbaridad, a parte de sentir el placer morboso de ser portador de malas noticias?

Es el poder de la maledicencia. Ojalá siempre podamos escapar de ella.

4 comentarios:

israel dijo...

La verdad es que no creo que hubiera cambiado mucho, no sé, eran otros tiempos pero el amor a una pareja debe estar por encima de cualquier secreto familiar o cualquer cosa y si ese hecho fue el que pudrió poco a poco esa relación es porque quizá no eran tan sólidos los lazos del amor.

Es triste pensar que dos personas que se han querido tanto, en teoría, puedan acabar odiándose.

Mis padres se separaron y bueno, no fue una época agradable, de alguna manera, sin querer y de forma colateral aquello me marcó mucho, me hizo daño aunque yo era un crío pero los críos son muy listos, se enteran de todo no lo olvides.

Lo pero de todo es que no podemos volver atrás, si cometes un error tienes que cargar con él aunque eso no quiere decir que tu amiga no pueda rehacer su vida, siempre hay una segunda oportunidad, o al menos eso dicen.

Maribel dijo...

A veces, la presión social que uno siente es superior a otras cosas... Hablamos de una época en la que el infanticidio (asesinato de un bebé) tenía una pena atenuada si el autor era la madre o los padres de la madre, y el ánimo era ocultar la deshonra... ¿qué otras cosas no hacía la gente para ocultar circunstancias "deshonrosas"?
Además, ni el noviazgo ni los roles en la pareja eran como los de ahora: entonces era "lo que tenía que ser" que una mujer considerara el matrimonio como un medio de vida.
A mí me parece horrible, pero creo que lo juzgo con valoraciones de hoy en día que no son aplicables.
Los críos se enteran de todo, eso lo tengo más que comprobado, por eso, y a pesar de que mi ruptura con el padre de mi hijo fue "dramática" y muy violenta (él no estaba en sus cabales en aquél momento), ahora tengo conversaciones muy normales con él, conozco a su nueva pareja e incluso me cuenta sus problemas con ella. Si no tuviera un hijo, no habría hecho ese esfuerzo. Y supongo que él tampoco. Siempre pienso que las circunstancias adversas en las que nació nos situó en la posición de respetarle por encima de nuestros propios egos, ya que alguien con tanto coraje por vivir no merece una mala vida; él, a fin de cuentas, ni eligió nacer, ni eligio a sus padres. Las consecuencias sólo las debemos pagar nosotros, en la medida de lo posible.
Desde luego el error es irreversible, porque el tiempo lo es. Aunque a veces las circunstancias de la vida te impiden adoptar ciertos caminos: mi amiga puede rehacer su vida, pero dudo que pueda hacerlo en el plano sentimental, entre otras cosas, porque ella misma se considera vieja, fea, inútil e histérica. Superar ese auto-concepto a ciertas edades, sobre todo si ha estado siendo "trabajado" por tu marido durante medio siglo... es difícil. Aunque mi amiga P, a la que menciono en otro post, lo hizo. Por eso yo la admiro tanto.
Conclusión: nada de perder el tiempo, siempre pasos adelante aunque sean cortos y siempre voluntaria y conscientemente adoptados para poder asumir las consecuencias ¿no?
Un beso, Isra

Ronan dijo...

La verdad, estas historias en las que la presión social destruye la vida de una persona o varias, siempre me han hecho sentir muchísima rabia.

En las películas, al final esto siempre se supera. Cuando el cura pregunta si alguien tiene algo que decir o calle para siempre, se levanta el auténtico amor de él o ella y la ceremonoa se interrumpe románticamente para que el amor triunfe. Y el ejecutivo se enamora de la prostituta, la chica joven y guapa enamorada de corazón del millonario que roza la vejez mantienen su amor contra viento y marea...

Pero lo cierto es que en la vida real suele ocurrir esto que cuentas aquí. Vivimos rodeados de la sociedad, y es dificilísimo escapar a su influencia. El, en definituva, estúpido e irrelevante hecho de que su madre fuese tal vez prostituta o una chica muy liberal sexualmente, destruyó el matrimonio de su hija. Sé que lo juzgamos con ojos de hoy, pero me parce tan estúpido e injusto...

Por eso a veces no soporto las películas de época, y vero cómo las convenciones sociales, creadas por el propio hombre, le acaban destruyendo a él mismo.

Un rumor negativo hace un daño casi imborrable, porque cierto o no, siempre algo queda. Creo que todos deberíamos luchar por olvidarnos de los que "nos han dicho" y centrarnos en lo que NOSOTROS creemos...

Maribel dijo...

Sí, Ronan. Estoy contigo en que sólo debemos hacer caso de lo que nosotros pensamos, pero incluso eso ¡es a veces tan difícil! ¿cómo separar lo que sabemos de lo que queremos creer? Soy partidaria de estar a los hechos: ¿estoy agusto, estoy bien?... pues adelante, sin miramientos. Este hombre estuvo dominado por la presión social, y no fue capaz de resolverla: o te casas con ella, ignorando las críticas, o no te casas y asumes la "verguenza" de cancelar la boda. Si la realidad fuera como las películas... En fin.
Espero que estés bien y centrando tus prioridades. Ya me contarás qué tal la luna, a ver qué pasa este viernes próximo ¡plenilunio de julio! (me encanta esa palabra: plenilunio).
Un beso Ronan