sábado, 28 de junio de 2008
La "Corchos"
jueves, 26 de junio de 2008
El compromiso, las relaciones y el espejo social.
Ello nos facilita la vida, el hombre es un ser social, porque nos permite no tener que estar continuamente tomando decisiones sobre lo que debemos hacer o no. Basta con seguir la "norma" o el criterio imperante.
Pero lo que no podemos permitir, en mi opinión, es que ese espejo social que nos sirve de parámetro sea algo más que eso; no podemos permitir que se convierta en una losa que nos impida tener reacciones o comportamiento que realmente son lo que nos haría felices.
Esto se ve, también en mi opinón, en las relaciones y el compromiso. Cuando dos personas se gustan e inician una relación, pronto empiezan a adoptar los modos y comportamientos que ven en el espejo social de su grupo de referencia, y de una semilla anárquica y sin reglas iniciales en el que la base es el compromiso particular de ambas personas como quiera que lo hayan establecido, se ven, con el paso del tiempo, avanzando en la dirección que "se supone" tiene que llevar la relación. Pero siendo el compromiso particular de cada pareja lo que determina su relación, lo que le ha dado origen, si se sustituyen poco a poco dichos pactos por la regulación habitual del grupo de referencia, llega un momento en el que los implicados pueden no saber donde están, qué es lo que quieren, por qué llegaron ahí...
Yo tuve un novio muchos años. Nuestra relación duró trece años y medio. Cuando empezamos eramos muy jóvenes, yo 17 y él 18 años. Me lo pasaba muy bien con él, porque era muy ocurrente y divertido. Teníamos una buena complicidad en muchas cosas y confianza recíproca en algunos elementos de la relación que ambos consideramos esenciales. Mi rol era muy libre, porque así lo habíamos acordado, por lo que yo me sentía muy independiente y cuando estaba con él era porque ambos queríamos.
Fueron pasando los años, y nos fuimos "poniendo viejos". Empezamos a hacer, poco a poco y cada vez más, lo que se esperaba de nosotros. Terminamos los estudios y nos fuimos a vivir juntos, y nuestra relación se regia por las normas típicas de nuestro entorno. En ese momento, yo ya no hacía lo que yo quería, sino lo que se debe hacer... y supongo que él también. Fue una etapa muy gris de mi vida, y no por su culpa (libreme yo de decir tal cosa), sino porque no fuimos capaces de renovar el compromiso mutuo con la frecuencia necesaria, y fuimos perezosos o inconscientes optando por aceptar como propias de nuestra relación las normas que veíamos en el espejo social.
Lo triste es que un día yo planteé un paso definitivo, también siguiendo la lógica de lo "esperado": ya tenía treinta años y debía tener un hijo. Yo creo que en ese momento, él se dio cuenta de que, siendo lo que "nos tocaba" hacer, algo en su interior le decía que no era el siguiente paso. Y se fugó. Casi literalmente, huyó. Diciendo que quería que nos trasladásemos a su ciudad natal antes de dar ese paso, marchó a ella de prospección una semana, que luego resultaron tres. Al final de la tercera semana, me llamó diciéndome que no volvía, y que no quería hacerse responsable de condicionar tanto mi vida como para que me trasladara de ciudad. No quería ser el responsable de mi vida, como si yo no fuera capaz de decidir mi propia vida y asumir las consecuencias... y quizá no lo era.
Todos mis esquemas se vinieron abajo, porque no entendía nada de lo que estaba pasando, pero más tarde ví que era la única situación posible si tomas como propio un "compromiso standard" sin pararte a pensar que realmente es eso lo que quieres hacer. Y empecé a sentirme liberada porque, como si se me hubiera roto un cristal en la frente, me di cuenta de repente que había estado haciendo, no lo que yo queria, sino lo que yo creía que "tocaba". Por ello, desde entonces, hago sólo aquello que quiero hacer. Y cada paso que doy, lo pienso y lo decido sin prestar ninguna atención a cómo deberían ser las cosas. Y no pretendo que nadie se comprometa a algo conmigo sólo porque "es lo que toca", porque eso no me sirve para nada.
En cambio, es muy satisfactorio saber que estás precisamente donde quieres estar, con quien quieres estar, cuando quieres estar y como quieres estar. Y es aún mejor saber que tu pareja está en el mismo punto.
Cada uno es libre para decidir qué es lo que quiere, y en qué se quiere comprometer, hasta qué punto y cómo. La única regla, es estar de acuerdo, y a partir de ahí, las normas se las da cada uno. Es lo que siempre se ha dicho: cada relación es distinta, cada pareja es un mundo... Y creo que esta liberación del espejo social avanza se va generalizando en nuestros días, y vemos proliferar parejas LAT (living apart together) o parejas swingers, que apartándose de los convencionalismos sociales como la obligación de convivencia o la de la monogamia sexual, logran alcanzar un punto de confianza mutua excepcional porque se desarrollan a partir de un compromiso real.
lunes, 23 de junio de 2008
Lugares comunes
He llegado al Juzgado y, al ir a presentar un escrito, delante mía había una mujer presentando varios escritos; probablemente era procuradora. Iba escoltada a cada lado por un niño, de una edad aproximada entre siete y nueve años respectivamente. Mientras ella organizaba las copias y la funcionaria le sellaba los escritos, los niños le iban diciendo... "mamá, mamá, y ahora ¿a dónde vamos?"... La madre les iba respondiendo... "a otro sitio, y luego ya, nos vamos a casa y bajamos a la piscina".
Al marcharse y tocarme el turno a mí, la funcionaria no pudo evitar mirar de reojo a la procuradora que se marchaba con su corte infantil, y arqueando las cejas y levantando la mirada con un gesto de resignación y media sonrisa en la cara, parecía que estuviera pensando... "ay que ver, esta pobre, que se tiene que traer a los niños a trabajar con ella... como es verano y se ha terminado el cole.. si es que.."
Cuando dirigió la mirada hacia mí, le dije... "... si es que así no se puede, tenemos que estar en todos los frentes"... La funcionaria, sin perder esa sonrisa resignada, me decía: "uy, si es que tenemos que hacer de todo, en cambio... siempre se libran, no sé cómo lo hacen". Y yo: "esto nos pasa porque al final, terminamos haciéndonos cargo de las cosas; si no las hiciéramos, otros correrían para hacerlas"... Y así, tuvimos una breve charla sobre las excesivas funciones de la mujer que asume un rol de profesional o mujer trabajadora: madre, esposa, currante, mientras que los hombres han visto ampliadas sus tareas, pero proporcionalmente menos que las mujeres.
Y entonces me di cuenta de que estaba hablando con ella como si la conociera de toda la vida, y que estaba dando por sentados y sabidos determinados temas... Siempre es fácil mantener una charla con una absoluta desconocida si el tema de conversación es la sobrecarga de trabajo de la mujer, y el escaqueo masculino. Por lo que se ve, es el lugar común de las mujeres ¡qué cosas!
sábado, 21 de junio de 2008
¡¡¡Llegó el verano!!!
¡¡¡Si ya sabía yo que llegaría!!!... Ya está aquí, con su calorcito, que este año se hacía esperar ya... Pero al final, tomaremos cañitas en las terrazas urbanitas y nos parecerá de nuevo todo más liviano, menos grave... Parece que con el calor se relajan las costumbres y las personas, y perdemos el interés en pelear o discutir cosas que ya no tienen sentido cuando lo que sugiere la calle es, simplemente, disfrutar.
Bien, pues disfrutemos este verano en la ciudad :)
Joe Cocker - Summer in the City
viernes, 20 de junio de 2008
Pablo Neruda - Poema # 20
Navegando por Youtube encontré este poema de Neruda... ¿quién no lo conoce? Es cierto que es todo un clásico ya, pero de vez en cuando está bien recordar a los maestros de la palabra.
Me fascina esa capacidad para condensar en dos líneas un sentimiento tan intenso.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Iré colgando más poemas, especialmente si son recitados por su propio autor. Me gustan mucho.
Aventurillas profesionales: el médico Florente.
El pueblo estaba situado a unos cuarenta kilómetros de distancia, y yo, a fin de que no me cortara el ritmo de trabajo del día, decidí ir allí a ultima hora. Como una es "profesional liberal", (y lo que yo no haga, nadie lo va a hacer y, lo que es peor, nadie lo va a pagar), al final, entre terminar un escrito, hacer unas llamadas y consultar unas sentencias, se me hicieron las nueve de la noche. Pero le había comentado al cliente que me pasaría tarde, así que no me preocupaba la tardanza.
Era invierno y, por tanto, noche ya cerrada; yo salí ufana con mi coche, tomé la autovía, pasé el puerto, tomé el desvío, luego el otro desvío... llevaba mi plano de la calle en el salpicadero para poder localizar la casa, así que, después de un par de vueltas, encontré la vivienda. Aparqué y, con los trastos de faena, me bajé del coche y me acerqué a la puerta.
Se trataba de una típica casa baja de pueblo, modesta, con la pared estucada en marrón y rejas de aluminio en las ventanas. Llamé y me abrió una niña de unos doce años, que no podía negar que era gitana, y de las guapas además. Así que entonces me ubiqué, mi cliente, con quien únicamente había hablado con él por teléfono debido a su problema de movilidad, era gitano, lo cual me exigía adoptar una serie de precauciones destinadas, fundamentalmente, a no dar una mala impresión al cliente. Los payos y los gitanos no tienen los mismos criterios para estas cosas, y para un gitano, tratar un asunto propio con un payo le genera desconfianza, y si es mujer aún más.
Me invitaron amablemente a pasar y entré en lo que debía ser la estancia principal de la vivienda, un salón grande con una gran mesa de camilla en el centro, rodeada de muchas sillas, por lo menos ocho, y cubierta con un mantel de hule. Sobre la mesa, restos propios de la vida cotidiana: una taza de café vacía, un cenicero usado, el folleto de un hipermercado.
Miré a mi alrededor con un poco de disimulo, para ubicarme en el escenario, y pude ver una cocina al fondo con la cacharrería de la reciente cena, y en una esquina del salón, una chimenea con el fuego prendido y unas trébedes para calentar o cocinar. La habitación estaba llena de personas de todas las edades: mi cliente y su mujer, estaban sentados a la mesa, en un lugar preferente en cuanto al control visual de toda la habitación. A un lado de la mesa, otra niña, esta de unos nueve años, escribía sobre un cuaderno algo que debían ser los deberes del cole. De pie, en actitud expectante hacia mí, ví a varias personas adultas, por lo menos ocho, todos ellos de edades entre veinte y cuarenta años que identifiqué como hijos de mi cliente y sus conyuges; entre sus piernas y por toda la habitación correteaban niños en número indeterminado (se movían mucho y yo tenía que concentrarme en mi cliente) unos descalzos y otros no, todos muy pequeños, con pañales o con las verguenzas al aire, pero en todo caso, armando un buen griterío infantil.
Con este vistazo somero al escenario y a la concurrencia, me dirigí directamente hacia el mayor de los presentes, que se levantó al verme acercarme. Le extendí la mano, le di las buenas noches y le llamé por su nombre. Me respondió con un "Buenas noches, señá abogá"; su voz la conocía y su acento de Granada también, así que me dí un minipunto por el acierto, aunque no era difícil. Seguidamente, y para no faltar a nadie, hice lo mismo con su mujer, y erguida me dirigí a la concurrencia para hacer un saludo general que creo que fue bien acogido.
Me invitaron a sentarme y me preguntaron que qué quería tomar... Ops, esa contingencia no la había contemplado; las condiciones de higiene de la vivienda no me convencían y no quería hacer un feo, así que, entre café y agua (que fue su oferta) elegí café por aquello de que el agua tiene que hervir.
Pasamos ya directamente a tratar del asunto que me llevaba allí; todo el mundo escuchaba en silencio y hacía de vez en cuando alguna pregunta, como si el asunto fuera un tema de todos ellos: todos escuchaban y todos opinaban. Menos, claro está, los niños que seguían por la estancia haciendo de las suyas.
Fue una conversacion de lo más normal en estos casos: yo les explico la visión del asunto, y voy preguntando algunos detalles que quizá no conozco y puedan tener interés. Los allí presentes, entre todos, hacían memoria de lo que había pasado o no. Y todo iba bien, hasta que salio el tema del médico forense: mi cliente ya tenía el informe del médico forense, se lo habían hecho en Granada. Sobre ese informe, yo tenía que cuantificar la indemnización para decirle cuánto ibamos a reclamar a la compañía aseguradora contraria. Era, por tanto, el núcleo del asunto y el motivo de que todos estuvieran tan implicados en el mismo.
En ese punto álgido de la conversación, yo me suelo encontrar muy concentrada y en tensión, porque es especialmente importante conocer la opinión del cliente y qué es lo que quiere hacer, y debo asegurarme de que comprende bien el meollo de la cuestión.
Pues así estaba yo, tan concentrada y tan seria, cuando la mujer de mi cliente decidió hablar, para decirme... "noooo, si ya le decía yo a mi marío que sería lo que el médico florente dijera..." y ¡zas! perdí la concentración y por unos segundos entré en pánico porque creí que no iba a ser capaz de controlar la sonrisa. Y no es que me haga gracia que haya personas que digan "florente" en lugar de "forense", porque creo que no todos hemos tenido la fortuna de estudiar y que la sabiduría no está necesariamente en los libros. Pero tenía tanto interés en lograr el respeto de ese clan, que nada más que pensar en que si me reía lo fastidiaría todo me provocaba una risa difícilmente contenible.
En esas situaciones, me suele pasar además, que me da por mirarme a mí misma y preguntarme... ¿qué haces tu aquí, a estas horas de la noche, metida en una casa llena de personas cuyas normas sociales son tan distintas a las de tu entorno, tomando un café a duras penas, rodeada de gente que puede ofenderse contigo si se te escapa la risa en este momento?... Me meto en unos lios... Hice un esfuerzo como pocos he hecho en mi vida para no reirme, y pronuncié yo una frase con la palabra "forense" por si alguen tomaba nota, pero en vista de que insistían en ponerle ese apodo, tuve que optar por evitar la palabrita, no fuera a ser que pensaran que era yo quien no sabía decirla, porque ¿qué clase de abogada no sabe pronunciar bien médico "florente"?.
Conseguí salir del trance de la hilaridad peligrosa y volver a centrarme en el tema, esta vez añadiendo un especial cuidado a no ponerle apellido alguno al médico, y concluí la visita. El asunto salió bien, finalmente el hombre cobró la indemnización que le correspondía según indicaba el informe del médico... ya no se si es forense o florente... dejémoslo en el médico del Instituto de Medicina Legal.
martes, 17 de junio de 2008
Los vicios justificativos
jueves, 12 de junio de 2008
El vértigo de la vida.
lunes, 9 de junio de 2008
Hay vida después de China (I)
Acabo de volver de China, donde he pasado 18 días de vacaciones. Aunque todo ha sido muy chocante y estoy un poco desorientada, creo que empiezo a tener perspectiva sobre los últimos acontecimientos de mi vida, y empiezo a sacar unas primeras conclusiones sobre todo lo que mi periplo chino ha significado, que no es poco.
Y no me refiero sólo a lo que es aquel pais, al que creo que no se le puede llamar así, puesto que en realidad es otro mundo, sino a mis circunstancias personales y efectos que el viaje ha tenido en mi vida, que son muchos y variados, y que creo que me permiten aprender un poco más quién soy yo y saber mejor qué es lo que quiero.
Es un viaje muy recomendable, sobre todo si se hace auto-organizado e intentando mezclarse un poco, dentro de lo prudente, claro; así he tenido la suerte de hacerlo yo, gracias a dos amigos que se lo trabajaron de forma minuciosa. No llevábamos guía y negociábamos directamente las compras de los billetes, alojamientos, y excursiones, pero a pesar de ello, sabíamos en cada momento donde estábamos, hasta cuánto debíamos pagar, y cuál era nuestra siguiente estación.
No puedo decir que China sea un lugar bonito o feo... de entrada porque es muy grande y mi viaje fue muy limitado: Pekin, Lou Yang, Xi'an, Chongqing, Shangai. Me veo incapaz de emitir una valoración estética sobre un sistema tan diferente porque sería siempre superficial y banal: todo es distinto y extraño allí, desde los cimientos más básicos de su estructura de pensamiento, y se observa un orden de prioridades que nos resulta ajeno e incomprensible, al menos para mi.
Comer, por ejemplo, no es en sí mismo un hecho importante en su vida diaria, salvo por lo que tiene de sustento al cuerpo, pero se les puede ver comer en cualquier rinconcillo, de pie, sentados o en cuclillas...
Tampco su relación con el trabajo es como la occidental, ya que ellos parecen no distinguir entre su vida personal y familiar y el trabajo: aunque no llegué a saber si viven donde trabajan o trabajan donde viven, lo que si me di cuenta es de viven trabajando, y son lo que trabajan. No sé si con esto de la globalización llegará el final de ese concepto, o si por el contrario, dada la riqueza y tamaño de ese pais, terminarán dominando el mundo... desde luego, si la conquista se hiciera trabajando, la victoria sería suya.
Las mujeres chinas, por lo menos las de ciudad, son muy femeninas. Se cuidan mucho de que el sol no oscurezca su piel y llevan sombrillas; les gusta llevar bordados, lazos y piezas brillantes en ropa y accesorios. Su combinación de colores no se parece a la que impera aquí, al menos en mi entorno, y pueden calzarse unos preciosos zapatos de charol azul rabioso con un vestido de color verde botella sin ningún elemento que coordine ambos. Lo más llamativo de todo es la atención que prestan a sus pies, ya que de una forma u otra es inevitable dirigir tu mirada a ellos: tacones imposibles, lazos y pedrería, materiales transparentes y dorados. Por otra parte, sus gestos suelen ser de apariencia delicada y tímida, tanto que da una sensación de sumisión un poco escalofriante. Sin embargo, he tenido la oportunidad de ver a alguna un pelín enfadada y no se reprimen nada.
(Auténticos pies de china)
Todo es tan distinto, y sin embargo, su vida es tan igual a la nuestra... Yo me tengo por ser una persona muy adaptativa, pero aún no cierro mi boca de asombro al comprobar como ciertos elementos que integran de forma incuestionable mi forma de vida, en realidad no lo son.
Este viaje no solo me ha aportado lo que se deriva de visitar jardines, palacios y templos, sino que me ha permitido hacer una pequeña introspección de mi forma de vida y encontrarme con una estructura que, por haberme sido obvia hasta ahora, conocía. Supongo que para un antropólogo todo esto es una perogrullada, claro, pero a mí me ha hecho sentirme extranjera de verdad por primera vez en mi vida: cuando nuestro avión llegó a Frankfurt ya me sentía como en casa, y eso que nunca he visitado Alemania.
Claramente, soy occidental, y ahora sé qué es lo que significa esa palabra.