Parece una verdad de perogrullo, pero lo cierto es que el miedo es cosa de valientes... en realidad, es de valientes y de cobardes, porque son los inconscientes los que no sienten miedo. Y es indiferente que el miedo lo sea a un peligro real o imaginario,porque lo que es indiscutible es que quien no percibe un peligro actúa sin conciencia del mismo, y que quien sí lo percibe tiene sólo dos posibilidades: achantarse y protegerse del peligro, o actuar y enfrentarlo.
Está claro que no todos los miedos son iguales, porque a veces, le tememos a peligros que no son reales. Yo, por ejemplo, tengo pánico a las alturas. Y a pesar de que racionalmente sé que tirarse de un trampolín supone solo un peligro moderado y fácilmente controlable, lo haría sólo si algo importante me fuera en ello. Para enfrentar ese "peligro", que en este caso es imaginario, necesitaría una motivación muy fuerte que me impulsara a hacerlo.
Hay miedos que son fáciles de identificar, como el que yo le tengo a las alturas... Pero hay otros, relacionados sobre todo con nuestro vínculo con el mundo y las personas, que son realmente difíciles de aislar y detectar. Y es importante hacerlo, porque el miedo tiene la virtud de provocarnos reacciones extrañas... si no sabemos a qué le tenemos miedo, nos podemos encontrar actuando de forma rara en muchos ámbitos de nuestra vida, comportándonos de forma incoherente y padeciendo angustia de forma difusa, sin saber exactamente por qué.
Esta semana tuve que recordarle esto a una amiga mía, que está padeciendo un ataque de mieditis aguditis. En su caso es normal que lo tenga, porque dentro de unos días va a ejecutar una decisión que tomó varios meses atrás, y que le va a suponer un cambio radical de vida: tras su divorcio, va a dejar el pueblo, la casa y el entorno en el que ha vivido durante veinte años, y se va a trasladar con sus hijos y sus bártulos a la ciudad de donde salió para casarse, de regreso con los suyos y estrenando trabajo nuevo...
Tuvo vértigo cuando tomó la decisión, pero analizó detenidamente la situación y llegó a la conclusión de que era lo mejor que podía hacer, porque su vida en aquel pueblo iba a ser muy triste y gris.
Ahora, cuando está con la cuenta atrás, lleva una semana llorando por las esquinas sin saber por qué, sufriendo una angustia que la consume por cada mínimo incidente cotidiano que le sucede, urgiendo a las personas de su más cercana confianza para que la atiendan... llegando a la idea, muchas veces, de que está siendo "desatendida" injustamente por algunas personas de las que esperaba más afecto...
Estaba sumida en un caos emocional total cuando me llamó el otro día, y empezó a relatarme todos los incidentes que había tenido estos días... y era todo una maraña de sentimientos contradictorios relacionados con una situación que nada tiene que ver con la fecha de su traslado... pero ésta aparecía nombrada en la conversación varias veces... Así que "diagnostiqué": "tu lo que tienes es mieditis aguditis"... y fui deshaciendo todo el lio que me había estado contando, y se lo fui relacionando con este proximo evento que la angustia... Empezó a hilar sentimientos, y se dio cuenta de que, ese miedo que le provoca la nueva situacion a la que se enfrenta es lo que le ha provocado actuar de forma extraña con algunas personas, intentando obtener de ellas seguridad en un terreno para compesar la sensación de pánico que tiene ahora mismo con su traslado... En realidad, esas personas no han cambiado un ápice su relación con ella: están ahí, la están apoyando, pero no perciben que la mudanza marque el final o el principio de nada... para ellas, es un hito importante en la vida de mi amiga, pero nada más... en cambio, para ella la proximidad de su tralado le supone lo mismo que para mí supone pensar en tirarme de un trampolín.
Se quedó más tranquila. Pero entonces, cuando se dio cuenta de que tiene un ataque de mieditis aguditis, llegó la fase dos: a nadie nos gusta el canguelo. Nos creemos que, por tener miedo, somos cobardes. Y no ayuda nada a nuestra estima personal el creernos cobardes... Y entonces tuve que recordarle la verdad de perogrullo: solo los inconscientes no tienen miedo, la valentia o la cobardía son actitudes frente al miedo, ergo... el valiente tiene tanto miedo como el cobarde... y la diferencia es que el valiente tiene una motivación poderosa que le impulsa a enfrentarse al peligro que percibe.
Si tienes mieditis aguditis, encuentra su causa y recuerda tu motivación... Si te merece la pena arriesgarte, lo harás... y serás valiente aunque tengas miedo.
Hala. A seguir viviendo.
domingo, 21 de junio de 2009
domingo, 7 de junio de 2009
La tarotista
Menuda, ojos negros, pequeños y vivos... Debía tener unos treinta años aproximadamente. Sin maquillajes, joyas llamativas o ropa extravagante, se movía por el puesto sorteando cajas de las que asomaban paquetitos de amuletos, cadenas, dijes, rosarios, aromas... Tras ella, un pañuelo a modo de tapiz, con una imagen de un elefante hindú, y a sus pies, su perrita Yoko, pequeña y vivaz.
- "¿Con quién tengo el gusto de hablar?" - me preguntó con gesto amable y mirada directa a los ojos.
Le dije mi nombre y mentalmente comencé a grabar qué datos le proporcionaba yo directamente, y a fijarme en cómo me miraba, imaginando qué información podía ella obtener de mi mera presencia allí, de mi forma de vestir, moverme y hablar.
Me preguntó también edad y profesión: "Cuarenta y dos" - respondí- "soy abogada". Sonrió. "Solo he tenido dos clientes abogados. Es raro, porque sois muy escépticos para estas cosas". "En realidad, somos escépticos para todo. Es nuestro trabajo. La realidad siempre depende del argumento en este oficio" - contesté.
Hizo una pequeña introducción para explicarme la diferencia entre leer las cartas, una técnica que cualquiera puede aprender, y ser vidente tarotista, que implica poseer un "don" que permite a su portador percibir imágenes sobre la vida, pasada o futura, del interlocutor mientras se lleva a cabo la lectura.
Cuando me pidió que le contara el motivo de mi visita, le dije que era tan sólo curiosidad, porque nunca me habían echado las cartas. Me explicó que, siendo "novata", me iba a resultar un tanto extraño, sobre todo en la forma en la que se expresan las cartas, y que me iba a hacer una "tirada general". Me pareció bien ¿qué podía decir? Ya estaba allí y había acudido "virgen" en la materia, así que no sabía qué otras alternativas podía haber.
Barajó el mazo de cartas del tarot, y me pidió que lo cortara con la mano izquierda ("la del corazón", dijo) en tres montones. Luego, ella recompuso el mazo y comenzó a desplegar las cartas sobre la mesa, componiendo una figura romboidal con ellas, mirándolas atentamente como si realmente estuviera leyendo un texto escrito.
Yo, mientras, intentaba reconstruir mentalmente la información que tenía de mi: sexo, edad, profesión... probablemente estado civil (no llevo anillo), posición económica (por mi ropa), algún rasgo de mi personalidad (por mi forma de hablar o de moverme)...
Comenzó a hablar: "Las cartas dicen..." Cuando inciaba un tema, esa fue siempre la frase introductora; me pareció curiosa: elimina practicamente toda la responsabilidad de la tarotista, ya que no es ella la autora de las palabras que pronuncia.
Tengo que reconocer que me sorprendió al hablarme de varios temas, y describir a algunas personas de mi entorno con mucho detalle; hizo referencia a problemas que me acucian, a mis actitudes frente a ellos, a posibles "pistas" para su solución". Casi todo lo que me dijo eran referencias al presente o al pasado, que predicciones sobre el futuro; y éstas eran muy vagas, del tipo de... "te puedes esperar cualquier cosa", "saldrá bien, porque aunque en un principio creas que no, luego te darás cuenta de que lo que te sucederá será lo mejor para tí". Otras de sus afirmaciones fueron, sencillamente, imposibles de comprobar, porque hacían referencia a espíritus de personas ya fallecidas. También noté cómo se fijaba en mis gestos, si asentía o me mostraba extrañada de lo que iba diciendo.
Me pareció bien la experiencia. Ella me gustó, me cayó bien y fue un rato agradable. No me convenció sobre el poder de los arcanos, pero he de reconocer que eso era muy difícil; lo que sí me dejó claro es que era una mujer muy inteligente, muy perceptiva en cuanto a la información evidente, con mucha capacidad para ir adaptando su discurso a las reacciones del oyente y que generó lo que en PNL se llama "rapport" de forma casi instantanea.
Le pregunté por qué las personas, tras una tirada del tarot, se sentían mejor o más seguras... Me confesó que la realidad es, con independencia de si uno es o no creyente, que cuando tienes un problema y un extraño verbaliza ese problema frente a tí, se produce un efecto inmediato de relativizar su gravedad o dramatismo, con lo cual, nos sentimos aliviados y con más fuerza para enfrentar el problema.
Me pareció una explicación lógica, pero empecé a plantearme una pregunta ¿tan visibles son mis preocupaciones que un extraño es capaz de enumerarlas con solo observarme un rato?... Me sentí desnuda y vulnerable.
- "¿Con quién tengo el gusto de hablar?" - me preguntó con gesto amable y mirada directa a los ojos.
Le dije mi nombre y mentalmente comencé a grabar qué datos le proporcionaba yo directamente, y a fijarme en cómo me miraba, imaginando qué información podía ella obtener de mi mera presencia allí, de mi forma de vestir, moverme y hablar.
Me preguntó también edad y profesión: "Cuarenta y dos" - respondí- "soy abogada". Sonrió. "Solo he tenido dos clientes abogados. Es raro, porque sois muy escépticos para estas cosas". "En realidad, somos escépticos para todo. Es nuestro trabajo. La realidad siempre depende del argumento en este oficio" - contesté.
Hizo una pequeña introducción para explicarme la diferencia entre leer las cartas, una técnica que cualquiera puede aprender, y ser vidente tarotista, que implica poseer un "don" que permite a su portador percibir imágenes sobre la vida, pasada o futura, del interlocutor mientras se lleva a cabo la lectura.
Cuando me pidió que le contara el motivo de mi visita, le dije que era tan sólo curiosidad, porque nunca me habían echado las cartas. Me explicó que, siendo "novata", me iba a resultar un tanto extraño, sobre todo en la forma en la que se expresan las cartas, y que me iba a hacer una "tirada general". Me pareció bien ¿qué podía decir? Ya estaba allí y había acudido "virgen" en la materia, así que no sabía qué otras alternativas podía haber.
Barajó el mazo de cartas del tarot, y me pidió que lo cortara con la mano izquierda ("la del corazón", dijo) en tres montones. Luego, ella recompuso el mazo y comenzó a desplegar las cartas sobre la mesa, componiendo una figura romboidal con ellas, mirándolas atentamente como si realmente estuviera leyendo un texto escrito.
Yo, mientras, intentaba reconstruir mentalmente la información que tenía de mi: sexo, edad, profesión... probablemente estado civil (no llevo anillo), posición económica (por mi ropa), algún rasgo de mi personalidad (por mi forma de hablar o de moverme)...
Comenzó a hablar: "Las cartas dicen..." Cuando inciaba un tema, esa fue siempre la frase introductora; me pareció curiosa: elimina practicamente toda la responsabilidad de la tarotista, ya que no es ella la autora de las palabras que pronuncia.
Tengo que reconocer que me sorprendió al hablarme de varios temas, y describir a algunas personas de mi entorno con mucho detalle; hizo referencia a problemas que me acucian, a mis actitudes frente a ellos, a posibles "pistas" para su solución". Casi todo lo que me dijo eran referencias al presente o al pasado, que predicciones sobre el futuro; y éstas eran muy vagas, del tipo de... "te puedes esperar cualquier cosa", "saldrá bien, porque aunque en un principio creas que no, luego te darás cuenta de que lo que te sucederá será lo mejor para tí". Otras de sus afirmaciones fueron, sencillamente, imposibles de comprobar, porque hacían referencia a espíritus de personas ya fallecidas. También noté cómo se fijaba en mis gestos, si asentía o me mostraba extrañada de lo que iba diciendo.
Me pareció bien la experiencia. Ella me gustó, me cayó bien y fue un rato agradable. No me convenció sobre el poder de los arcanos, pero he de reconocer que eso era muy difícil; lo que sí me dejó claro es que era una mujer muy inteligente, muy perceptiva en cuanto a la información evidente, con mucha capacidad para ir adaptando su discurso a las reacciones del oyente y que generó lo que en PNL se llama "rapport" de forma casi instantanea.
Le pregunté por qué las personas, tras una tirada del tarot, se sentían mejor o más seguras... Me confesó que la realidad es, con independencia de si uno es o no creyente, que cuando tienes un problema y un extraño verbaliza ese problema frente a tí, se produce un efecto inmediato de relativizar su gravedad o dramatismo, con lo cual, nos sentimos aliviados y con más fuerza para enfrentar el problema.
Me pareció una explicación lógica, pero empecé a plantearme una pregunta ¿tan visibles son mis preocupaciones que un extraño es capaz de enumerarlas con solo observarme un rato?... Me sentí desnuda y vulnerable.
jueves, 4 de junio de 2009
Te permito amarme
Hace tres meses una amiga mía se lamentaba de ser "una fracasada emocional"... decía que nunca fue feliz con su marido, a quien sólo puede agradecer los dos hijos que tuvo con él... y que tras su divorcio ha tenido varias parejas sin haber logrado nunca una relación realmente satisfactoria y profunda. Decía que todos ellos la habían querido mucho, pero que no era un problema de cantidad de amor, sino de calidad de amor... al final, siempre terminaba diciendo "no me quieras tanto, quiéreme mejor".
Se sentía triste y asumía con resignación que, a estas alturas de la vida, no encontraría a nadie a quien querer y de quien ella puediera aceptar ese mismo sentimiento.
Y como un relámpago, sin sospecharlo siquiera, llegó a su vida "el hombre del pleno al quince". Al principio, muy al principio, se resistió a dejarse querer... convencida como estaba de que nadie la querría en la forma que ella necesitaba... luego se dejó llevar, y ahora la llamamos "la siempre feliz", porque no para de sonreir, los ojos le brillan y todo le parece bien...
Decidió volver a arriesgar, dejarse querer de nuevo, a sabiendas de que el amor es una aventura que siempre merece la pena vivir, porque en el peor de los casos, nos deja huellas dulces en el alma: las de los besos que nos dieron y que dimos.
Está muy feliz; dice que nunca lo ha sido tanto, y que no le importa lo que suceda mañana: se alegra de estar viviendo esto.
Aunque parezca paradójico, muchas veces es más difícil aceptar el amor de alguien que amar... bien porque hayamos sufrido en el pasado, bien porque a veces creemos no merecerlo, lo cierto es que aceptar el amor de otra persona comporta mucha responsabilidad y supone, por ello, una gran demostración del amor que nosotros mismos sentimos.
Hala, a seguir viviendo.
Se sentía triste y asumía con resignación que, a estas alturas de la vida, no encontraría a nadie a quien querer y de quien ella puediera aceptar ese mismo sentimiento.
Y como un relámpago, sin sospecharlo siquiera, llegó a su vida "el hombre del pleno al quince". Al principio, muy al principio, se resistió a dejarse querer... convencida como estaba de que nadie la querría en la forma que ella necesitaba... luego se dejó llevar, y ahora la llamamos "la siempre feliz", porque no para de sonreir, los ojos le brillan y todo le parece bien...
Decidió volver a arriesgar, dejarse querer de nuevo, a sabiendas de que el amor es una aventura que siempre merece la pena vivir, porque en el peor de los casos, nos deja huellas dulces en el alma: las de los besos que nos dieron y que dimos.
Está muy feliz; dice que nunca lo ha sido tanto, y que no le importa lo que suceda mañana: se alegra de estar viviendo esto.
Aunque parezca paradójico, muchas veces es más difícil aceptar el amor de alguien que amar... bien porque hayamos sufrido en el pasado, bien porque a veces creemos no merecerlo, lo cierto es que aceptar el amor de otra persona comporta mucha responsabilidad y supone, por ello, una gran demostración del amor que nosotros mismos sentimos.
Hala, a seguir viviendo.
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