sábado, 27 de septiembre de 2008

El miedo a las palabras

¿Qué nos pasa con las palabras? ¿Por qué no nos atrevemos a utilizar algunas palabras? ¿Por qué verbalizamos nuestras ideas y sentimientos evitando palabras como cáncer, novia, amor, crisis, muerte… ¿a qué le tenemos miedo? En estos días he andado pensando en esto y, aunque seguro que es un tema muy estudiado por los profesionales que correspondan (psicólogos, sociólogos o “palabrólogos”), creo que es miedo puede derivar de distintas causas:
A veces, no nos atrevemos a pronunciar algunas palabras porque tememos a la idea o sentimiento que representan y de forma mágica pensamos que su sola mención puede hacer realidad lo representado por la palabra. Esta visión mágica de las palabras la he percibido en versión superstición popular en Andalucía, donde la palabra “cáncer” a menudo se sustituye por “una cosa mala”, y no se nombra a las serpientes, sino que se las llama “bicha” o, incluso ni eso, simplemente se sustituye por “una guasa”, “un animalito malaje” o algo similar que en contexto de la conversación se entienda. A nivel individual, las personas tenemos palabras tabú por atribuirles este efecto, en función del grado de pensamiento mágico que tengamos. Se trata, en estos casos, de un miedo irracional a que sucedan cosas por el mero hecho de pronunciar unos fonemas que, en mi opinión, deberíamos tender a eliminar por lo absurdo que es.
También se da la situación en la que la verbalización de una idea o sentimiento la fija en nuestro propio pensamiento interior, haciendo más difícil su modificación. Al conocer a una persona que, en principio, no nos cae bien por algún motivo, solemos evitar emitir un juicio verbalmente, ya que ello nos dificultaría la revisión de esa primera opinión en nuestro pensamiento. Al pasar una mala época, muchas personas evitan decir cosas como “estoy mal”, “estoy triste” o “tengo una crisis”, porque parece que con ello se hace realidad lo que no queremos que suceda, a pesar de que sabemos que está pasando. Pero si esta no-verbalización la hacemos de forma consciente y dirigida, teniendo identificado el problema de fondo, suele ayudar a restarle dificultades a la solución que hayamos adoptado.
Pero a veces, esta evitación se hace de forma inconsciente o identificamos mal los motivos, y no nos damos cuenta de la situación real que no queremos reconocer. Evitamos pronunciarlas porque con ellas se le da forma o nombre a una situación o sentimiento que no queremos o creemos que no podemos asumir. Así, si salimos habitualmente con una persona que nos gusta y con la que estamos bien, pero con la que no queremos una situación de compromiso, evitamos llamarlo “novio/a”, “pareja”, o llamar a la situación “relación”. Y por ello muchas veces hacemos lo que sea para no decir estas palabras y las sustituimos por “el chico con el que estoy saliendo”, y frases como “te amo” o “estoy enamorado” y las cambiamos por “te aprecio” y “me gustas”; hay personas que se resisten a que en el trabajo les llamen “jefe” y prefieren palabras como “coordinador” o “supervisor”.
Cada persona tiene sus motivos para no emplear estas palabras, pero creo que debemos localizar bien la causa, no solo para poder transmitirla de forma clara a otras personas, sino también para saber por qué hacemos las cosas y decidir si es así como queremos hacerlas. Si una persona le dice a otra “me gustas y me importas, y no quiero perderte” y seguidamente le dice “pero no te quiero”, lo que está haciendo es intentar transmitir los mismos sentimientos que se conjugan en el verbo “querer” pero sin querer comprometerse. Y es una aspiración legítima, pero la evitación en este caso, lo que produce es una confusión en el emisor y el receptor de la idea.
Si ya, de por sí, hay palabras que tienen mucha ambigüedad… ¿no es preferible utilizar la palabra adecuada y ponerle los apellidos que sean necesarios para la mejor precisión en la comunicación? Y ¿no nos permitirá ello conocer mejor los motivos de nuestros actos?. Yo creo que sí.

2 comentarios:

israel dijo...

Sí, a mi me pasa.

Intento evitar no sólo palabras si no a veces incluso la idea misma, aljarme de ciertos temas tabú por miedo a no sé qué, supongo que hay cosas que nos asustan y cambiamos la forma de llamarlas o incluso las eliminamos diréctamente.

Aunque como digo, más que la palabra misma, a mi me pasa con la idea, con el tema en cuestión, si me siento incómodo o me "asusta" es como que lo dejo a un lado. Como una especie de mecanismo de defensa, el otro día estuve a punto de hablar de esto en mi blog, esos mecanismos que todos usamos para... "sobervivir", por decirlo así... engañarnos a nosotros mismos con algo o evitar esas palabras como tú dices..

Maribel dijo...

Hola Isra... me gustaría leer esa entrada proyectada, escríbela. Yo creo que en el fondo, todos nos movemos por miedos muy parecidos, en distinto grado quizá según la persona.
Yo le tenía pánico a la palabra "muerte", hasta que nació mi hijo. Y siempre me ha dado miedo decirle a alguien que le quiero, pero ese miedo suele ser compensado por mi opinión de que transmitir esa idea directamente produce felicidad en quien lo escucha (porque a mí me encanta que me lo digan)...
¿A qué palabras le tienes tu miedo?