Hoy me acordé de mi amiga P... Estos días está en Madrid y quedaremos para tomar un café; no nos vemos desde hace más de un año, pero la tengo muy presente porque suelo llevar un colgante de un delfín que ella me regaló. Tengo que reconocer que no me gustan mucho las joyas y aderezos, y los que llevo suelen ser pequeños y no muy caros, pero casi todos los que uso tienen algún significado para mí.
Es lo que sucede con el Delfín de P., que es un pequeño colgante de oro que representa un delfín enmarcado en un aro... Y me recuerda que no hay momento malo para tomar una determinación seria con nuestra vida si no estamos felices con ella... que no hay edad para re-comenzar o para iniciar una nueva etapa... en definitiva, que la autocompasión no sirve de nada, porque mientras uno llora mirándose al espejo y pensando "qué desgraciado soy", la vida se está pasando.
En el caso de mi amiga P., decidió divorciarse cuando ya rozaba la edad de jubilación (aunque ella, como ama de casa que era, no iba a conocer esa fase laboral nunca, claro)... Se dio cuenta un día de que llevaba demasiado tiempo viviendo amargada, con un marido con el que no era feliz, manteniendo una situación con la que estaba muy a disgusto solo porque había sido el camino que tomó cuando joven... Y pensó que quizá le quedaban pocos años de vida, o por lo menos, pocos años con un estado de salud aceptable... Y decidió que los años que le quedaran de vida, los iba a vivir conforme a su único criterio.
No fue una decisión fácil... Y no solo por la presión social de su entorno (P vive en una ciudad pequeña, con un elevado nivel de control social), sino porque con esa edad, mi amiga P. no había ido jamás a un banco, a Hacienda o a la Seguridad Social, y creía (porque su marido así se lo había hecho creer) que ella era "muy tonta" como para entender los complejos trámites burocráticos que conlleva abrirse una cuenta corriente o hacer la declaración del IRPF.
Pero además, como nunca había trabajado ni tenía ingresos por patrimonio familiar propio, temblaba cuando su marido, al conocer el propósito divorcista de su costilla, la amenazaba con dejarla en la más absoluta miseria: "te he de ver pidiendo en la calle", le decía... Pero ella, erre que erre con su decisión... "que no, que me da igual, que ya me arreglaré, pero que yo no me voy a morir amargada"...
Y para allá que fue... se divorció y le mejoró hasta el cutis. Le quedó un pequeño piso y una pequeña pensión, suficiente para un ama de casa acostumbrada a estirar la asignación que le daba su marido semanalmente para atender a las necesidades del hogar... su ex-marido, que según tengo entendido aún no ha aprendido a plancharse las camisas, todavía le sigue rateando algunos eurillos en las actualizaciones anuales de la pensión, pero ella le ignora activamente y queda con sus amigas para irse a tomar el apertivo el domingo por la mañana... y se ríe. Se ríe mucho últimamente mi amiga P.