Esta Semana Santa he estado arreglando mi casa, una que tengo alquilada en una bonita ciudad a media jornada de distancia de la villa y corte, porque mis antiguos inquilinos decidieron re-emigrar a Argentina al haberse recuperado la situación económica de su país. Fue un trabajo duro, porque al tratarse de una mudanza a ultramar, la familia "saliente" se tuvo que dejar media vida en mi casa. Menos mal que tuve la ayuda de F. y logramos desechar lo que a ellos no les dio tiempo, y además, darle una mano de pintura a la casa.
Estando metidos en faena, con el flequillo salpicado de temple y enarbolando el rodillo con alargador telescópico, sonó el teléfono y me habló una mujer: "Hola, me llamo M. No me conoces, pero me ha dicho mi cuñada que alquilas un piso de dos dormitorios"... La información ya había circulado por la zona: precio, ubicación y numero de dormitorios.
Estando metidos en faena, con el flequillo salpicado de temple y enarbolando el rodillo con alargador telescópico, sonó el teléfono y me habló una mujer: "Hola, me llamo M. No me conoces, pero me ha dicho mi cuñada que alquilas un piso de dos dormitorios"... La información ya había circulado por la zona: precio, ubicación y numero de dormitorios.
Me preguntó que cuándo podía ver el piso y como ibamos a estar allí de todas formas, le dije que inmediatamente, si quería: tardó veinte minutos en llegar a mi puerta, a la que llamaron dos mujeres que aparentaban veinticinco y cincuenta y cinco años, respectivamente. Luego supe que tenían diecinueve y cuarenta y dos... La vida es dura para algunas personas.
Antes ya de entrar, la más joven me aclaró que eran madre e hija, que el piso lo alquilaría ella, que ella lo pagaría, que aunque era muy joven tenía nómina y que me la podía enseñar, que su madre estaba recién separada, que era la segunda vez que le pasaba, que ella tenía que ayudar a su madre... uf... Aún no había pisado la casa y me había lanzado una ráfaga de información que, unida a una mirada concentrada, me hizo sospechar que me econtraba ante dos mujeres en pie de guerra.
Las hice pasar para enseñarles la casa, pero en realidad, ellas solo querian comprobar que tenía lo esencial: paredes, techo, suelo, ventanas con cristales... un sofá, una cama, una cocina, un aseo... agua corriente, luz eléctrica... Yo les iba contando lo bonita que es la casa, lo agradable que es vivir allí, lo luminosa que es, la vista tan bonita que tiene... les explicaba lo que había y cómo funcionaba... el friegaplatos, el aire acondicionado... ventanas dobles, puertas de roble... ellas iban detras mía asintiendo a todo y quitándole importancia a todos los peros que yo misma le iba poniendo a la casa al tiempo que la enseñaba.
Sabían de antemano que el precio era bajo, porque esa información circuló junto con la vacancia del piso, en realidad, solo esperaban a que yo les dijera sí o no. Cuando terminé la exhibición del piso me hicieron la gran pregunta: "¿... y cuándo podríamos entrar?". Yo les contesté: "me voy el domingo a Madrid, en esta semana dejaré pintado el piso. Podeis entrar el mismo domingo".
La mujer de más edad rompió a llorar en ese momento. ¡Estaba tan nerviosa!: el piso es bonito, y es algo que pueden pagar; los alquileres están caros, y los sueldos son bajos. Y para una mujer que se ha dedicado a su casa, es difícil remontar la crisis de un divorcio hasta que no encuentra trabajo. Mientras, su hija, me decía "discúlpala, es que lo ha pasado muy mal, y es la segunda vez que le pasa. Tenemos que salir adelante como sea, y necesitamos una casa; estamos viviendo en una habitación las dos juntas, en una casa de una amiga que además nos quiere cobrar doscientos euros para terminar el mes, a pesar de que acordamos que yo compraría la comida y mi madre limpiaría la casa a cambio del alojamiento. Yo tengo dos trabajos, y mi madre empezará la semana que viene...".
Y continuó "Podemos darte un mes de fianza ¿será suficiente?". Les expliqué que si me dejaban de pagar, un mes de fianza no me arreglaba nada; les expliqué que para mí, aquella casa es todo mi ahorro. El mío y el de mi hijo. Que si dejaban de pagarme tendría que ir a por su desalojo como fuera.
Les expliqué que yo pedía un alquiler barato porque lo que quiero es que me paguen todos los meses, no que me paguen mucho cada mes. Les expliqué, en definitiva, que yo también soy una mujer en pie de guerra, que tuve que dejar mi casa al separarme para irme con mi hijo a vivir a otra ciudad... para irme a sobrevivir a otra ciudad.
Y les expliqué, en definitiva, que como ellas bien saben, una mujer en pie de guerra no tiene piedad cuando llega el momento de defender lo que es básico. Me descubrí, hablando así, capaz de ser muy dura; pero ellas, lejos de amedrentarse, me agradecieron la sinceridad, porque saben lo que es la lucha por salir adelante cuando todo se te vuelve en contra, y saben perfectamente que una fianza no las iba a proteger.
A mí (y creo que a F. también) me hizo ilusión comprar una mesa nueva con cuatro sillas que ni habían echado en falta en su visita, y estaba deseando ver su cara cuando vieran lo chula que había quedado la casa después de pintarla y limpiarla. El domingo se instalaron con dos bolsas de viaje y un compra de comida.
Antes ya de entrar, la más joven me aclaró que eran madre e hija, que el piso lo alquilaría ella, que ella lo pagaría, que aunque era muy joven tenía nómina y que me la podía enseñar, que su madre estaba recién separada, que era la segunda vez que le pasaba, que ella tenía que ayudar a su madre... uf... Aún no había pisado la casa y me había lanzado una ráfaga de información que, unida a una mirada concentrada, me hizo sospechar que me econtraba ante dos mujeres en pie de guerra.
Las hice pasar para enseñarles la casa, pero en realidad, ellas solo querian comprobar que tenía lo esencial: paredes, techo, suelo, ventanas con cristales... un sofá, una cama, una cocina, un aseo... agua corriente, luz eléctrica... Yo les iba contando lo bonita que es la casa, lo agradable que es vivir allí, lo luminosa que es, la vista tan bonita que tiene... les explicaba lo que había y cómo funcionaba... el friegaplatos, el aire acondicionado... ventanas dobles, puertas de roble... ellas iban detras mía asintiendo a todo y quitándole importancia a todos los peros que yo misma le iba poniendo a la casa al tiempo que la enseñaba.
Sabían de antemano que el precio era bajo, porque esa información circuló junto con la vacancia del piso, en realidad, solo esperaban a que yo les dijera sí o no. Cuando terminé la exhibición del piso me hicieron la gran pregunta: "¿... y cuándo podríamos entrar?". Yo les contesté: "me voy el domingo a Madrid, en esta semana dejaré pintado el piso. Podeis entrar el mismo domingo".
La mujer de más edad rompió a llorar en ese momento. ¡Estaba tan nerviosa!: el piso es bonito, y es algo que pueden pagar; los alquileres están caros, y los sueldos son bajos. Y para una mujer que se ha dedicado a su casa, es difícil remontar la crisis de un divorcio hasta que no encuentra trabajo. Mientras, su hija, me decía "discúlpala, es que lo ha pasado muy mal, y es la segunda vez que le pasa. Tenemos que salir adelante como sea, y necesitamos una casa; estamos viviendo en una habitación las dos juntas, en una casa de una amiga que además nos quiere cobrar doscientos euros para terminar el mes, a pesar de que acordamos que yo compraría la comida y mi madre limpiaría la casa a cambio del alojamiento. Yo tengo dos trabajos, y mi madre empezará la semana que viene...".
Y continuó "Podemos darte un mes de fianza ¿será suficiente?". Les expliqué que si me dejaban de pagar, un mes de fianza no me arreglaba nada; les expliqué que para mí, aquella casa es todo mi ahorro. El mío y el de mi hijo. Que si dejaban de pagarme tendría que ir a por su desalojo como fuera.
Les expliqué que yo pedía un alquiler barato porque lo que quiero es que me paguen todos los meses, no que me paguen mucho cada mes. Les expliqué, en definitiva, que yo también soy una mujer en pie de guerra, que tuve que dejar mi casa al separarme para irme con mi hijo a vivir a otra ciudad... para irme a sobrevivir a otra ciudad.
Y les expliqué, en definitiva, que como ellas bien saben, una mujer en pie de guerra no tiene piedad cuando llega el momento de defender lo que es básico. Me descubrí, hablando así, capaz de ser muy dura; pero ellas, lejos de amedrentarse, me agradecieron la sinceridad, porque saben lo que es la lucha por salir adelante cuando todo se te vuelve en contra, y saben perfectamente que una fianza no las iba a proteger.
A mí (y creo que a F. también) me hizo ilusión comprar una mesa nueva con cuatro sillas que ni habían echado en falta en su visita, y estaba deseando ver su cara cuando vieran lo chula que había quedado la casa después de pintarla y limpiarla. El domingo se instalaron con dos bolsas de viaje y un compra de comida.
Espero que nos vaya bien a las tres, y que podamos dejar de estar en pie de guerra. Es muy cansado rehacer la vida continuamente, y es ilusionante pensar que es posible un intercambio justo y satisfactorio para todas las partes sin necesidad de perseguir siempre el lucro personal. Ojalá no me haya equivocado, pero si no sale bien esto, creo que el riesgo habrá merecido la pena.