Todas las mañanas, cuando llego a la oficina, me cruzo con el hombre de los pañuelos. Debe tener unos cincuenta años, o menos mal llevados. Es extranjero, y por su acento parece rumano... Está en una esquina de la calle doctor Esquerdo, vendiendo pañuelos de papel en el semáforo, desde las ocho y media hasta que se pasa la hora punta del tráfico. Supongo que después de ese momento, la afluencia de coches baja y ya no le sale a cuenta estar allí... o quizá tenga otro trabajo... o puede que vaya a otro semáforo más concurrido.
Todas las mañanas me dice: "Buenos días, señora", y extiende su mano con un paquete de pañuelos; yo, todas las mañanas le digo: "no, gracias". Sonríe con amabilidad y me dice: "Adios, muchas gracias".
Creo que todos tenemos en nuestra vida diaria un "hombre de los pañuelos" que forma parte del decorado cotidiano, un elemento del paisaje vital que siempre saluda con una sonrisa amable. Quiero recordarlo porque consigue hacer agradable mi llegada diaria a la oficina.
Me cae bien este señor. Creo que mañana le compraré pañuelos.